En busca del güiña, el gato salvaje más pequeño de América - 18 de Marzo de 2018 - El Mercurio - Noticias - VLEX 705990373

En busca del güiña, el gato salvaje más pequeño de América

Buscamos a un fantasma.

Nadie dice nada.

Alzas la cabeza y allá arriba, en las copas de los boldos (a veces a más de veinte metros de distancia), espigadas codornices agitan sus alas, como si estuvieran advirtiendo que han llegado visitas a la casa.

Luego, otra vez el silencio.

Del fantasma, nada.

Estamos en el bosque costero del estuario del río Rapel, que marca el límite entre las regiones de Valparaíso y O'Higgins. Buscamos a un gato salvaje: el más pequeño de América, uno que en el sur (en La Araucanía, en Chiloé) aseguran que de día es gato, pero de noche vampiro. Buscamos al güiña, una criatura que en nuestro país se distribuye desde Coquimbo hasta la Región de Aysén, que mide poco más de medio metro y, con suerte, pesa poco más de un kilo. En verdad, un dulce animalito de ojos tiernos, con toda seguridad más chico que cualquier gato que haya dado vueltas en tu casa o en cualquier jardín.

A lo lejos, en un brillante claro del bosque, crujen unas ramas. Es media tarde y el sol -cada vez más débil- anuncia que, entre peumos, molles y quillayes, un nuevo ciclo está por empezar. Pronto, hasta las sombras tomarán vida y las telarañas se alargarán hasta bloquear la huida del más elongado roedor.

-Dos veces lo he visto -dice Eduardo Contreras, de Kodkod, una de las fundaciones que en Chile intentan proteger al gato guiña.

Quienes lo seguimos nos detenemos en seco. Queremos escucharlo. A estas alturas, el güiña más parece un espectro que ese felino voraz, bueno para devorar gallinas que, al comienzo de esta aventura, uno podía pensar que era el emblema nacional de todos aquellos que se lo comen todo. O sacan todo, sin siquiera avisar.

-Era muy pequeño, con manchas negras sobre un pelaje marrón -dice Eduardo Contreras, estirando las manos no más allá del ancho de su pecho, como para recalcar el tamaño del diminuto gato que vio hace unos meses, a pleno día y ahí no más, en una parcela de Santo Domingo.

En el tupido bosque seguimos los pasos de Eduardo y de Philipp Assmus, su socio, ambos creadores de una energética organización que está rastreando al güiña en los bosques de la Costa Central, con el objetivo de saber algo de sus hábitos y población; cosa no menor, considerando que es una especie considerada vulnerable.

Unas semanas atrás, Philipp y Eduardo dejaron, amarradas en los árboles, cuatro cámaras infrarrojas para obtener imágenes nocturnas del gato en acción. Pero tras dar con la primera cámara y revisar su memoria, ambos levantarían...

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