En busca de los esteros que dan vida al Mapocho - 11 de Julio de 2021 - El Mercurio - Noticias - VLEX 870795568

En busca de los esteros que dan vida al Mapocho

¿ Qué hay de cierto en que el Mapocho es un río feo, sucio y "solapado", como lo bautizó el cronista Joaquín Edwards Bello? De cierto -si lo vemos ahora, despojado de su fisonomía original, hundido, casi invisibilizado-, algo hay. Pero si nos adentramos en la cordillera, este río feo, sucio y solapado experimenta una metamorfosis que obliga a reconsiderar esos adjetivos.¿Por qué?La respuesta está entre quebradas y valles, donde corren cursos de agua prístinos y vitales que enriquecen el caudal del río Mapocho: los esteros.Los esteros son criaturas mágicas que alargan la existencia del principal río de Santiago. En las montañas de la zona central serpentean por kilómetros, en alegre sigilo, a través del bosque esclerófilo, y reparten vida a todo lo que tocan.Eso es un estero: vida.El Mapocho tiene la suerte de contar con varios afluentes. Algunos nacen de los glaciares -como los esteros Yerba Loca y Cepo-, y otros -como el Covarrubias y Los Recauquenes- se originan en mesetas de altura.Comencemos con el Covarrubias . Este es uno de los cursos de agua más desconocidos que tributan al río Molina justo antes de que se transforme en el Mapocho. Para visitarlo hay que subir por el camino a Farellones, estacionar en el kilómetro 11,5 en la entrada del fundo Santa Matilde (también conocido como La Ermita), pedir permiso al guardia de turno y luego emprender una caminata de 4,5 kilómetros por un camino de ripio hasta llegar a la quebrada que da a la cara este de la sierra de Ramón.Al Covarrubias hay que saber encontrarlo. Sus aguas escurren entre sombras, camufladas por el bosque y confundidas, a veces, con los espejismos. Para apreciarlo es recomendable ir a la orilla donde se une con el río Molina: allí, las hojas verdes del bosque esclerófilo cubren cada punto cardinal e invisibilizan todo vestigio de la civilización. Atrás quedan el ruido de la sierra eléctrica, el barullo de los autos y el zumbido de las torres de alta tensión. Atrás quedan también las personas. Se escucha con ternura el canto de los pájaros, las melodías de las ramas al chocar contra el viento y, sobre todo, el pasar apretado del agua entre las rocas. Aquí, el tiempo pasa sin pasar.Este es un pequeño tesoro que se enorgullece de su anonimato.Los habitantes de esta zona quieren a los esteros como si fueran de su propia estirpe. Desde niños han construido pozas, han seguido a caballo el curso del agua, han visto desplegarse la flora y han bebido agua de sus caudales. Pero eso está cambiando. Varias vertientes que antes llegaban al Mapocho se han secado en los últimos años, los caballos y las vacas ya no tienen pasto para comer -lo que ha provocado el traslado de los animales al lago Rapel- y cada año es más difícil obtener agua. El Covarrubias, de hecho, tiene un caudal que apenas logra llegar a la altura del tobillo."El Covarrubias...

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