Los buenos muchachos
Eso es un credo.
Es una prueba atlética, un partido de tenis o un encuentro de fútbol.
Es algo que parte, termina y listo.
Es un sándwich de pernil, en el estadio Santa Laura.
O un café terroso y de máquina portátil, en cualquier estadio.
Es algo que como viene se va y no hay más historias.
Y quizá por eso entre los periodistas deportivos abundan los escépticos, cascarrabias y cínicos; también los tristes, melancólicos y aquellos que ya no creen en nada y su única fe está depositada en lo que se mueve, vuela y es redondo: la pelotita.
En Chile, a los periodistas deportivos se les miró en menos durante décadas.
Especialmente dentro de la profesión.
Desde luego los colegas de política, nacional, economía, internacional y no digamos los de cultura que, a su vez, eran mirados en menos por todos los anteriores.
En las casetas frías y congeladas de los viejos estadios, donde un vaso plástico con café era un tesoro y la mechada palta una razón de existir.
Entre baños marchitos e inundados, pasillos descascarados y camarines con olores intensos y ácidos. Pisando las vendas, pateando un protector genital y con grabadora portátil y un micrófono como la mona.
Y adelante ustedes y ustedes no escuchan, Dios mío.
Viajando en los móviles, es decir, en taxis abollados, ajenos y arrugados pero cumplidores. O en radiotaxis o en autos de alquiler y siempre el móvil y el móvil y toda una vida llamando al móvil.
Y el partido terminó hace una hora, tengo que irme a despachar y el móvil no llega.
Corriendo con el micrófono alámbrico. Enredándose con el inalámbrico.
En bus hacia Talca y La Serena. En avión hacia las ciudades de Calama y Puerto Montt.
Los periodistas deportivos tienen un pasado en común que se extiende por tantos viajes por América Latina, siguiendo Mundiales y copas Libertadores o Sudamericanas, con el tiempo justo y la plata necesaria.
La generación dominante navega entre los 45 y 60 años, y llegaron a la profesión cuando aún existía el Far West en los estadios, tribunas y camarines, pero también entre los dirigentes con vocación de terrateniente y patrón, algo que nunca se acaba. El ferrocarril y los pueblos estaban en obras y había un gran territorio por conquistar.
Fue una evolución.
Al comienzo de los tiempos estaban los llamados sabandijas, esos antiguos puestos de cancha, pegados a las redes y detrás de los arcos con los cables como bufanda y tiritando de calor o frío.
Ahora son comentaristas, editores, conductores, productores...
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