Bogotá de memoria - 23 de Agosto de 2020 - El Mercurio - Noticias - VLEX 847395004

Bogotá de memoria

D e Chile

, le respondo al pasajero en la buseta (la micro, para mí). El hombre me ha preguntado de dónde soy. Pero la pregunta no ha sido «¿de dónde es usted?», ni menos «¿de dónde eres tú?». El hombre ha dicho: «¿de dónde es su merced?». Y más que «su merced», en realidad, ha dicho «sumercé». Ahora soy yo la que pregunta cosas, cualquier cosa, para seguir escuchándolo. El acento, las palabras, el tono suavecito, el temple de los colombianos. Como si hasta los insultos les nacieran acariciados por la lengua. Una niña me preguntará al día siguiente, en una biblioteca pública, cuántos idiomas hablo. Yo le diré que hablo chileno y argentino -incluso uruguayo, si me esfuerzo un poco- y que he viajado más de cuatro mil kilómetros desde mi terruño para aprender el colombiano. Más precisamente, el bogotano. Eso hago desde el primer y hasta el último minuto en la ciudad que alguna vez fue considerada la Atenas sudamericana. Escucho, escucho, todas las frecuencias sintonizadas en el habla. Mi primera salida es arriba de esa buseta que me lleva por la carrera Décima hacia el norte. El trajín de la ciudad corre como una película muda desde la ventanilla. Le invento un sonido: el eco de unos latidos irregulares, que solo retumban en la órbita de mi cabeza. Los cerros Monserrate y Guadalupe, verdeoscurísimos, podrían ser primos altiplánicos del San Cristóbal y el Santa Lucía de Santiago, pienso. Me voy sintiendo en casa a dos mil seiscientos cuarenta metros de altura; en cualquier momento me vuelvo bogotana y en vez de decir bogotana, en realidad, digo «rola» o «cachaca», que son los gentilicios usados por los colombianos para llamar a los nacidos en Bogotá. Y en vez de decir caña digo «guayabo». Y en vez de chiquillo, «pelado». Y en vez de prisa, «afán». Y no me enojo, sino que me «pongo brava». Y hablo tan pero tan bonito, sin correr, masticando las haches, comiéndome las jotas, un caracol de suspiros las palabras. Y saludo con una sonrisa que nunca parece impostada, y escucho la pregunta del pasajero del inicio, el de «sumercé», que ahora quiere saber cómo viví el terremoto de 2010 en Chile. Yo le digo que fuera del pánico que experimentó mi gato, que no salió en dos semanas del clóset, no viví nada traumático. Y el hombre dice: «Dios protege a sus corderos». En la siguiente parada baja de la micro y sigue su camino como si fuera un dios citadino, un dios de origen cachaco. Me da pena que se haya ido. Pero pena en chileno, que es lástima, y no en...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR