La bitácora de una extensa visita a Chile que nunca tuvo una fecha concreta de término - 27 de Noviembre de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 654105517

La bitácora de una extensa visita a Chile que nunca tuvo una fecha concreta de término

Una duración que nadie preveía en los días anteriores al inicio de la gira, ante la escasa información oficial que la Cancillería cubana proporcionaba. Sus propios periodistas no sabían cuánto tiempo estarían en Chile. El único que entregó algo de luz al respecto fue el propio Castro cuando, consultado por un reportero en el aeropuerto José Martí de La Habana antes de embarcar a Santiago, le respondió:

"El programa es largo precisamente por el hecho de que queremos visitar distintas zonas (...). Además, el país es largo, tiene unos 4.200 kilómetros, sin contar la Antártida..."

Cuando Fidel Castro aceptó la invitación del Presidente Salvador Allende llevaba siete años sin realizar un viaje al extranjero. El último había sido a Moscú, el 23 de enero de 1964. Con Cuba aislada dentro de su propia zona de referencia latinoamericana y excluida de los organismos de participación hemisférica -exceptuando la Cepal-, la gira a Chile era importante no solo para él, sino también para la propia Unión Soviética y los regímenes bajo su órbita, que destacaron ampliamente el hecho.

Pero el viaje no estuvo exento de inconvenientes. Como el hecho de que ningún país latinoamericano autorizaría el aterrizaje del avión cubano para reabastecerse de combustible. Por eso Castro se vio obligado a volar en un Ilyushin, de la compañía aérea soviética Aeroflot.

Cuando a las 17 horas del 11 de noviembre de 1971 el aparato tocó la losa del aeropuerto Pudahuel, el país comenzaría a apreciar el más amplio y estricto despliegue de seguridad que se recordara hasta entonces, a cargo de policías chilenos y cubanos. Algo serio, Castro solo comenzaría a mostrarse más relajado después de las 21 salvas de honor, los discursos de rigor y los efusivos vítores y saludos del gentío apostado en la terraza del terminal aéreo. La mayoría, jóvenes marxistas que coreaban consignas revolucionarias y un millar de personas que enarbolaban banderas rojas del Partido Comunista.

A la mañana siguiente, vestido con su sempiterno uniforme verde oliva y su quepís, Castro arribaba a La Moneda, en uno de los Fiat 125 que usaba Allende. Ambos saludaron desde un balcón del segundo piso a la multitud congregada afuera. Habían conversado extensamente y fuera de cualquier protocolo, la noche anterior. Ahora lo harían por otros 75 minutos. Después vendrían siete días en los que el visitante se desplazaría por el norte solo con su comitiva, recorriendo Antofagasta, Iquique, las oficinas salitreras, la mina...

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