Berlín, un mapa para perderse - 26 de Diciembre de 2021 - El Mercurio - Noticias - VLEX 879390878

Berlín, un mapa para perderse

E n 2002 volví al Museo de Pérgamo con un grupo de mexicanos, entre ellos mi madre. Contemplé el delirio azul del palacio de Nabucodonosor y la lucha de los titanes del altar de Pérgamo hasta que una horda de guardias uniformados nos recordó que se acercaba la hora de cierre. Fuimos obligados a salir con celeridad marcial. No hubo modo de reunirnos dentro del museo. Ya afuera, contamos cuántos éramos. Siete. Faltaba el octavo pasajero. Mi madre.Toqué las puertas de cristal que custodian el arte de Asia menor hasta que una mujer salió a ver qué sucedía. Le dije que mi madre había quedado dentro del museo, con tan convincente preocupación, que abrió la puerta y le pidió a un hombre que me acompañara con una linterna. Así emprendí un espectacular recorrido por las ruinas de la historia. Desviábamos el haz luminoso en busca de un doble origen, el de la civilización y mi madre, candidata ideal para estar ahí y cuyo alegre sentido del apocalipsis la hace no solo prever sino elegir adversidades. De encontrarse en ese sitio, su única preocupación sería saber si podría fumar en las ruinas de Urk. Entre las sombras y la espesura de los años, vimos trozos de héroes, bajorrelieves, tumbas, águilas, frisos, jeroglíficos, animales de fábula, perfiles de reyes barbados. De pronto, ocurrió una transferencia de papeles. El guía empezó a estar más motivado que yo; insistió en revisar dos veces el mismo sarcófago, se sentó de modo innecesario en un trono sumerio, la linterna hacia arriba, como un luminoso bastón de mando; enfrentó en forma metódica algo que le parecía enormemente plausible, la desaparición de mi madre en la arqueología de Berlín. Con gesto resignado me llevó a los baños. Para él, el misterio solo tenía importancia en un escenario mitológico. Tampoco ahí encontramos a mi madre. Después de la larga búsqueda, pedí prestado el teléfono. Llamé al hotel. Mi madre ya estaba ahí. Al no encontrarnos a la salida, optó por la catástrofe menor de tomar un taxi. Pensé que me sería mucho más difícil disculparme ante la solícita mujer que atendía el museo de lo que me había sido pedirle que abriera la puerta a deshoras. Pero ella encontró perfectamente natural lo ocurrido. Los guardias eran muy precipitados...

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