LO BELLO Y LO TRISTE - 16 de Octubre de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 651114333

LO BELLO Y LO TRISTE

En una primera impresión, sin embargo, cuando el avión aterriza en Narita -el aeropuerto internacional de Tokio- es casi imposible no sentir un golpe de asombro y admiración por Japón.

El terminal aéreo recibe y despacha jumbos 747 en una sucesión tan interminable como agobiante y, como decenas de naves despegan hacia lugares tan remotos como Denpasar, Shanghai, Tabor o Madrás, una hora allí es como deambular por el planeta. En diez metros cuadrados puede verse a monjes tibetanos camino a algún meeting en Nueva York, o a muchachas de Oregon rumbo a China con la idea de encontrar un supuesto yo interior. Decenas de americanos sombríos -hombres de negocios- pagan ocho mil dólares por volar a Washington en primera clase; mientras los inmigrantes peruanos que no hablan ni hablarán japonés en esta vida conservan la simpatía y la amistad limeñas.

Lo más asombroso es que esa diversidad se mueve por Narita -donde todo funciona con acabada simpleza- casi con suavidad. La bisagra de las puertas no cruje, las mesas de los cafés no cojean. No hay baldosas quebradas ni grasosas huellas digitales en los grandes ventanales. Es imposible descubrir un chicle en el suelo o pegado furtivamente bajo los asientos. Sólo miles de asiáticos que bajan de los 747 que se despiden con reverencias, sonriendo aunque lleven 20 horas volando desde Bombay o Miami.

El aeropuerto está en manos de funcionarios amables que manejan la aduana y las maletas con una eficiencia tan discreta que, por momentos, parece normal que haya un lugar en el mundo donde birmanos y brasileños, pakistaníes y coreanos puedan transitar ordenada y rápidamente.

Como en casi todo Japón, los servicios higiénicos de Narita, aparte de impecables, suelen tener a la vista tres rollos de papel higiénico de repuesto que nadie osa robar. Los salones de embarque -donde ya es frecuente usar máquinas para comprar pasajes electrónicos- ostentan maceteros con tulipanes holandeses. Y los basureros -que separan los desechos de acuerdo a su reciclabilidad- lucen limpios porque en Japón hasta la basura suele tirarse de un modo higiénico.

La misma pulcritud se repite en las nueve líneas del metro de Tokio, donde los trenes cumplen exactamente la hora de llegada y partida anunciada en la timetable de cada estación.

O en los árboles de Minato Ku, Shiba, Roppongi o Akasaka -cuatro barrios del centro- donde los vegetales reciben un trato semejante al de cónsules. Si por la noche cae nieve, al amanecer un ejército de obreros remecerá, suavemente por cierto, las ramas delgadas para evitar desganches. A fines del verano, una poda quirúrgica logrará que todas las copas de una calle tengan la misma altura y volumen en ambas aceras. Si es otoño, se les envolverá el tronco con una arpillera, formando una espiral semejante a la...

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