Diario de un hombre antártico (y su vida en el último confín de la Tierra) - 19 de Junio de 2011 - El Mercurio - Noticias - VLEX 284098479

Diario de un hombre antártico (y su vida en el último confín de la Tierra)

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Ricardo Jaña tiene 49 años, pero se ve más joven. Tal vez sea por la Antártica: buena parte de su vida la ha pasado dentro de un gigantesco refrigerador natural. Jaña es una autoridad en la glaciología nacional. Trabaja en el Instituto Antártico Chileno (Inach) y desde 1991 ha estado viajando constantemente al continente blanco -donde incluso existe un cerro que lleva su apellido- para conducir diversos estudios científicos sobre el tema. El más reciente, en noviembre de 2008, fue uno de los más difíciles: mientras intentaban extraer un testigo de hielo de 500 metros de largo en el desolado plateau Detroit, en plena península antártica, una fuerte tormenta de viento blanco los mantuvo aislados por casi dos semanas.Â

De sitios como ése sólo se puede salir en avión... y sólo si se dan las condiciones necesarias para que éste pueda aterrizar. Aquella vez, la ventana de buen tiempo demoró mucho más de lo esperado. Como nunca antes, el experimentado Ricardo Jaña llegó a temer lo peor.

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"Una tormenta de viento blanco es como estar en una esfera blanca. Cuesta distinguir lo horizontal de lo vertical. Te puedes perder fácilmente. No tienes visión ni perspectiva. Y además está la baja temperatura y el viento: 20 grados bajo cero con fuerte viento hacen disminuir aún más la sensación térmica. El viento blanco es una condición que esperas que ocurra, es parte de las probabilidades. Todos nos asustamos, pues se hizo real algo que sabemos ocurrirá de antemano.Â

"La Antártica sigue siendo un lugar complicado. Es un sitio donde te puedes hacer daño fácilmente. Te puedes congelar las manos. Te puedes morir. Si te caes el agua, no sobrevives más de tres minutos. Esta última vez casi me congelo parte de los dedos: usé por mucho tiempo la pala para excavar el trozo de hielo y al poco rato la mano se me comenzó a adormecer. Cuando me saqué los guantes vi que tenía los dedos negros. Me llevé la mano a la boca y comencé a chuparme los dedos para calentarlos. Debía continuar paleando. Igual, me quedaron algunas lesiones. La piel queda como adormecida.Â

"Por eso en la Antártica debes ser muy cuidadoso y siempre tomar buenas decisiones. Recuerdo 1996, cuando participé de una expedición invernal con científicos estadounidenses a bordo del rompehielos Palmer. Debíamos explorar los hielos antárticos del mar de Ross. La temperatura a veces llegaba a 40 grados bajo cero, y con viento bajaba fácil a menos 60. En esas condiciones debíamos trabajar y hacer...

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