Alex Hernández recibe los golpes - 16 de Febrero de 2013 - El Mercurio - Noticias - VLEX 421494838

Alex Hernández recibe los golpes

Para elegirlos, para diferenciar a los que tendrían el auto de los que no, les hacía una entrevista. Partía preguntándoles por sus familias, por sus colegios, por sus barrios y por qué estaban esa tarde, en esa oficina, hablándole a una cámara. Cuando entraban en confianza, giraba drásticamente y les decía:

-¿Tú serías capaz de comerte una araña con mayonesa?

Algunos decían que sí, que de más. Otros ponían cara de asco.

-¿No sentías que los usabas?

-No. Los cabros sabían cómo era. Con el tiempo, las nuevas generaciones, te diría que terminaban usando ellos al programa.

Para concluir las sesiones, Alex Hernández se guardaba una carta ganadora: la pregunta que los complicaba, que los desnudaba, que le permitía a él ver realmente qué intenciones tenían y qué tan determinados estaban en lograrlas.

-Y en cinco años más, ¿qué te ves haciendo?

Manuel Hernández, pastor evangélico metodista, se casó con Gladys Huaiquian, licenciada en música, y en 1969 tuvieron a Manuel Alexander, a la larga su único hijo, que nació en Arica circunstancialmente: la carrera pastoral del padre exigía cambiar de ciudad después de un par de años. Estuvieron cuatro en el norte, dos en Santiago y tres en Angol. Cuando Alex tenía nueve años, se instalaron en Concepción.

-Me encantaba, me declaro penquista. Era chorísimo, porque mi vida era la música y en Conce pasaba de todo: estuve en el comienzo de Los Tres, de los Bunkers cuando se llamaban Los cuatro amigos del doctor, vi muchas veces a los Emociones Clandestinas; había mucho que hacer. A los 13 empecé a poner música en una disco chiquitita de Talcahuano, después en la Gatsby, que era más grande. Trasnochaba seis días a la semana, con la única condición de que en el colegio me fuera decente.

-¿Tu papá no te ponía problemas por ese estilo de vida?

-No, cero atado. Uno pensaría que eran conservadores, pero siempre me potenciaron todo.

-¿Por qué?

-Mi viejo era teólogo y los teólogos son bien cabezones; él no se preocupaba de esas cosas, era un gallo estudioso, irreverente, súper culto, seco. En mi casa había una biblioteca enorme, él me presentó a Sartre cuando yo tenía 14 años, ese era el nivel de las conversaciones cuando iban los amigos a su casa.

Hernández intercaló las noches de DJ con clases de batería, lecciones de fotografía e incipientes poemas, que, años después, llegaron incluso a ser un libro jamás publicado, en el que exploró su estado de ánimo más común en esos años: la hipersensibilidad.

-Iba a los cementerios a sacar fotos. Eran desahogos de cabro chico depresivo, siempre embalado con Zurita, que es mi ídolo. Lo pasaba la raja, pero era muy intenso, todo me llegaba más, quizás porque mi vida entera era de noche; tenía 14 años y veía a los curados en las discoteques, todo ese mundo. En realidad, la vida en Conce era bipolar; podías estar en un recital de Eduardo Gatti muy tranquilo y afuera le estaban dando palos a la gente.

Manuel Hernández, su padre, simpatizante socialista, trabajó en las poblaciones de Concepción durante los 80. "Llevaba a Alex a las zonas más conflictivas de la ciudad de noche, a ver los prostíbulos, los bares, la gente menos afortunada. Más que traspasarle la iglesia, le interesaba que conociera la realidad. También trabajó en radios regionales como la Umbral, donde daba una voz alternativa a lo que pasaba en la dictadura", dice Esteban Leal, también pastor metodista.

En 1985 sonó el teléfono en la casa de los Hernández. La madre contestó.

-Le dijeron: señora, tenga cuidado con su hijo. Debo haber tenido 15 años, eran las vacaciones de invierno y estaba desesperado por salir, pero desde ese día se instaló un auto gris afuera de la casa. Mi papá puso un recurso de protección y, en todo ese mes, la única vez que salí fue para comprar un cartridge de Pacman con dos guardaespaldas; jugué como animal, hasta soñaba con Pacman. Mi papá estuvo muy preocupado, porque a él lo habían detenido un par de veces, pero yo era su hijo. Se entrevistó con el intendente y la Iglesia Católica hizo gestiones con la Vicaría de la Solidaridad. A las tres semanas llamaron de nuevo y le dijeron a mi mamá que ya no había problemas.

-¿Y qué pasó después?

-El auto gris no apareció más.

Jueves 7 de febrero. Mediodía. Espacio Broadway. Ensayo de la competencia internacional del Festival de Viña del Mar. Alex Hernández, micrófono en mano, le habla al cuerpo de baile encargado de las coreografías.

-¿Tomaron desayuno?

-Nooooooo -responden a coro.

-Ya, hagamos como que sí.

Empieza a sonar la música.

-No, en serio. Aliméntense. No tanto como yo, pero aliméntense.

Alex Hernández está efectivamente gordo, aunque menos gordo que antes. Viste jeans azules, una polera negra, suspensores, zapatillas, usa unos anteojos con un marco rojo y se le podría confundir con un tramoya, un asistente, un chofer, un encargado de la comida, pero jamás con el hombre a cargo.

Comienza el ensayo de Estados Unidos y un espectador muy instruido en la televisión abierta en Chile de los últimos 15 años reconocería sin dudar la mano de Hernández. Lo que usualmente debiera ser una sobria iluminación de fondo para una balada, es una compleja miniobra que incluye una princesa, varios demonios y un monstruo mitológico que se mueve en cuclillas. Hernández le grita:

-!Menos garras, muestra menos garras¡ Y ustedes, denme maldad con los ojos, no gesticulen.

Hernández dirá después, en un breve resumen explicativo de sus...

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