ÁFRICA con julepe - 2 de Octubre de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 650057141

ÁFRICA con julepe

¿Para qué buscarle una explicación?

Lo cierto es que junto con Jorge Ianiszewski, fotógrafo que me acompaña en un recorrido de varias semanas por África Oriental, estamos en medio de una aventura que la vida nos venía adeudando desde que éramos niños. Desde que las selvas de Tarzán y de Salgari nos hicieron encogernos de temor, pero -a la vez- nos conv idaron a soñar.

Esta no es la selva de Salgari. Tampoco vamos a encontrar a Tarzán. Casi todo lo demás, en cambio, forma el escenario perfecto para reencontrarnos con la infancia: bosques tupidos que nos abrazan y grandes animales en las praderas vecinas. Es el remotísimo ambiente de nuestros remotísimos abuelos, que surgieron a la vida muy cerca de aquí, según muchos antropólogos.

Esos abuelos al menos usaban arcos y flechas. En cambio nosotros estamos iniciando una breve y clandestina excursión al mundo de los grandes animales depredadores sin otra arma que el cerebro más desarrollado del homo sapiens. No está permitido aquí cargar armas.

¿Por qué, de pronto, el espíritu de aventura no se detiene ante las luces de alarma encendidas por nuestros instintos?

A lo mejor el animal hombre lucha por recobrar, aunque sea por unos momentos, algo que su civilización le ha quitado: la íntima convivencia con otros animales. Su alma parece guardar las huellas de esa pérdida. El mismo anhelo lo lleva siempre a los zoológicos, a los parques nacionales, o al reencuentro con su ambiente original en cualquier parte del siglo.

NO ESTAMOS SOLOS...

Impulsados por todas esas razones y sinrazones descendemos trabajosamente ahora las laderas de una montaña boscosa junto al lago Manyara, en la antigua Tanganica (hoy Tanzania). Nos proponemos llegar al plano. Se divisan cientos de cebras, elefantes, búfalos, rinocerontes, jirafas y antílopes de fachas estrafalarias. Vamos tras mejores fotos y -¿será necesario decirlo?- también en búsqueda de emociones intensas que la ciudad casi siempre niega.

Media hora deberá tardar nuestro descenso. Salvo que algo ocurra en el camino.

Ianiszewski, a quien llamaré -como todos sus amigos- el Polaco, para simplificar el asunto, avanza al igual que yo, con dificultades. Usando más las sentaderas que los pies, gateando a ratos, descolgándose por la pendiente asido de lianas cortas y vigorosas. Ya reconoce las ramas cubiertas de espinas. Pone siempre el pie con extremo cuidado antes de cargar el cuerpo. Observa en todas direcciones -humedeciendo sus labios sin darse cuenta- para descubrir cualquier amenaza. Algunas ramas podridas ceden al peso de sus 70 kilos y sólo una maniobra rápida le impide rodar varios metros.

Hasta ahora no hemos detectado la proximidad de leones, de víboras, ni de otros animales. Ni siquiera de arañas. Sólo sus telas están ahí.

Pero algunos ruidos de ramas y ciertos chillidos extraños sirven de advertencias.

No estamos solos.

Y la visita de un león siempre resulta incómoda.

CULPA DE UN GUÍA

No tenemos la menor idea de qué podremos encontrar en nuestro camino. La decisión de descender por esta montaña la tomamos cuando llevábamos no más de quince minutos en el Hotel Lago Manyara, que se levanta en la cumbre. Apenas llegamos, el guía nos avisó:

-Esperaremos hasta mañana para bajar. Una tarde no es suficiente para recorrer este parque. Ustedes pueden descansar...

Su evidente pereza nos produjo irritación. Después de atravesar medio mundo, un forastero no pierde mediodía tomando trago en el bar de un hotel clavado en el corazón de África. Y menos si desde lo alto -con ayuda de prismáticos- se puede observar una pradera que ofrece la irresistible tentación de miles de animales viviendo, como hace millones de años, en completa libertad.

Fue entonces cuando decidí proponerle al Polaco que descendiéramos la montaña. No estábamos más altos que la imagen de la Virgen en el San Cristóbal santiaguino. En media hora podríamos estar ya en la pradera, observar y fotografiar de cerca a los animales. Desde un lugar seguro, por cierto.

Ocultándonos del guía, de los guardianes del hotel y de cuatro europeos y una boliviana que formaban parte de nuestro grupo, buscamos un lugar para iniciar el descenso. A cien metros del hotel, la alambrada protectora estaba floja y ofrecía la tentadora e inquietante libertad del bosque africano (Este bosque sólo surge en esta región, junto a ríos y lagos. Lo demás es pradera).

Atravesamos la alambrada para iniciar esta nueva aventura. La tercera aventura en una semana de recorrido por los parques y reservas más famosos del África negra. En las dos anteriores nos hemos familiarizado un poco con el peligro y con la fantástica sensación de incursionar por lo desconocido.

FUERA DE LA JAULA

Todo ha sido fruto de la casualidad y de la frustración que produce el recorrer estos grandes parques sintiéndose como en un zoológico. Pero en un zoológico al revés: los animales en libertad, y los hombres -bulliciosos como loros- enjaulados en vehículos Land Rover, con cuidadores más severos que los de un jardín zoológico.

Dan ganas de dejar la jaula, pero no se sabe cómo ni cuándo hacerlo. Todo el...

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