El último golpe del martillero - 25 de Octubre de 2014 - El Mercurio - Noticias - VLEX 540487122

El último golpe del martillero

-Yo ya he estado preso. Si quieren meterme preso de nuevo, yo voy a tirar el mantel y se van a caer todos conmigo.

A su abogado de toda la vida le venía pidiendo hace meses que pensara la posibilidad de que escribiera un libro con su vida; intentaba tentarlo, contándole historias de su pasado, la mayoría muy difíciles de comprobar y posiblemente exageradas. Mientras más se acercaba a su muerte, Jorge Valdivia más pensaba en el final de la novela de su vida. Le decía:

-Quiero hacer algo grande antes de irme, algo por lo que me recuerden.

En otras palabras, en las palabras que el martillero solía ocupar:

-Quiero dejar una cag... grande.

El papá del martillero era jefe de manutención eléctrica en Madeco y su madre dueña de casa, pero la figura que más lo marcó, la que siempre recordaba, era su abuela, quien había manejado un centro recreacional para adultos. En un informe sobre Valdivia emitido por Gendarmería, en 2006, se lee: Trayectoria escolar estable. No reporta problemáticas conductuales o de aprendizaje, más bien indica buen rendimiento, respetuoso de la normativa impuesta. Durante su último año escolar inicia en paralelo actividades laborales en la empresa de su padre, específicamente como ayudante en mecánica, por cuanto en forma individual y en respuesta a sus inquietudes y deseos de superación personal realiza a la par un curso de postgrado en mecánica automotriz. La inserción laboral temprana le permitió ir perfeccionándose en dicho rubro y poner en práctica sus nuevos conocimientos.

El golpe de Estado lo pilló en Madeco. Según le contó a su familia, fue detenido a las pocas semanas por falsificar material militar y torturado en un cuartel de Calle 18, colgado de las manos con una capucha encima. Su nombre no aparece como víctima en ningún informe oficial sobre violaciones a los derechos humanos. Años después, en democracia, obtuvo la pensión de exonerado político, porque, según él, fue despedido de la empresa por los militares. En el mencionado informe de Gendarmería contó otra cosa: se fue porque quería ganar más plata.

Ya de joven mostraba olfato para los negocios. Lo ayudó que su abuela se ganara ocho millones de pesos en la Polla Gol y le cediera gran parte.

Valdivia tuvo un breve primer matrimonio, del que nació Jaime, su hijo mayor. En 1978 se volvió a casar, ahora con Carmen Navarro, capitán de Carabineros. Gracias a ella hizo sus primeras conexiones. El propio Valdivia declaró en marzo de1999, durante un proceso en su contra: "Por el trabajo de mi esposa, nuestra casa era visitada por bastantes oficiales de Ejército y Carabineros, con los cuales había un cierto grado de amistad. Ellos nos regalaban diversas especies que tenían que ver con la materia de sus instituciones".

En un taller mecánico que tenía en el pasaje Nicanor Plaza, en el barrio de Matta Oriente, comenzó a recibir visitas de uniformados. El ex fiscal militar Luis Acevedo lo conoció y recuerda: "Siempre andaba diciendo que conocía a tal o tal general. Nadie entendía muy bien cómo una carabinera podía andar con alguien así".

Su hijo mayor lo ayudó en el taller durante seis años, pero el trato era casi como a un empleado más. "Me decía: hola, cómo estái, y sería. Estaba ya metido en sus cosas", dice Jaime Valdivia a "Sábado".

Para ganar influencia y conseguir mejores tratos, Valdivia comenzó a decir que era de la CNI. El ex agente Juvenal Piña declaró en un juicio posterior de Valdivia: "Él siempre nos arreglaba los vehículos cuando en nuestro taller no había capacidad, esto fue en los años 80 hacia adelante. Nunca cobró por sus servicios, siempre lo hizo por el bien de su país".

Valdivia desarrolló una adoración al general Augusto Pinochet. En su despacho, que estaba repleto de sables y pistolas, donde solía tomarse largas siestas, tenía un póster gigante de él, autografiado. A nadie le constaba su veracidad: estaba a metros de un diploma de ingeniero comercial de la Usach a su nombre. Jamás se graduó de esa universidad.

"No sé si tenía una ideología muy definida. No creo que nadie pueda decir que tuvo una conversación política profunda con él. Su verdadera ideología era ganar plata, eso era lo que le gustaba. Y en la dictadura, esos contactos ayudaban a ganar plata", dice un amigo.

Con la vuelta a la democracia solo logró ampliar sus redes. Del taller mecánico, pasó a dedicarse al remate de los autos de las aseguradoras. Su método para hacer nexos era burdo, pero eficiente: a la persona que se atravesara por el frente le hacía un regalo: policías, actuarios, detectives, carabineros. Solía saludar a gente importante que no conocía, solo para que el resto pensara que estaba mejor conectado de lo que sospechaban.

Uno de los principales proveedores de autos de Valdivia era Aseguradora Consorcio, en ese entonces en manos del que hoy es el grupo Penta. José Antonio Cambará, liquidador en esos años, confirma que ambas partes trabajaron seguido. Valdivia, en su estilo, hizo muchos amigos, siempre ofreciendo favores. A las secretarias les llevaba chocolates y a un gerente llegó a regalarle una silla ortopédica para su padre enfermo, avaluada en varios millones de pesos. La relación de trabajo con la aseguradora tuvo un quiebre abrupto: tras fallar con unos pagos, fue acusado de giro doloso de cheques. Quedó debiendo casi 200 millones de pesos.

Valdivia, contra la pared, falto de efectivo, comenzó a desesperarse. En octubre de 1997, la cuarta fiscalía militar de Santiago...

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