Viaje al paraíso y al infierno de los casinos - 8 de Julio de 2017 - El Mercurio - Noticias - VLEX 685447449

Viaje al paraíso y al infierno de los casinos

Yo le daba un número al azar. Por mi fecha de cumpleaños, a veces le decía el cinco. O le respondía con un número superior a 36, y él me explicaba con impaciencia: "La ruleta tiene solo 36 números".

-Cincuenta y ocho -le decía, riéndome, sin entender lo que era una ruleta.

La primera vez que fui a un casino de juegos tenía 8 años y, como era menor de edad y no podía entrar, me dejaban con mi hermano casi tres años mayor al lado de un enorme ventanal del hall del Casino de Viña del Mar, subiendo por una pequeña escalera a mano derecha. Mis padres entraban al salón de juegos y, a lo lejos, nos hacían señas de vez en cuando.

No éramos los únicos niños sentados al lado de ese ventanal o en las escalinatas. Siempre había unos 20, jugando a lo que fuera para matar el tiempo. Nuestros padres también jugaban, pero al interior de esa enorme sala que parecía una fiesta de gala y a la que solo se podía ingresar vestidos de etiqueta.

De esas jornadas en Viña, siendo niño, recuerdo varias. Cada vez que mi padre ganaba en las carreras de caballos del Hipódromo Chile, paraba un taxi en la calle y lo contrataba para viajar a Viña. Nos pasaba a buscar a nuestra casa en Ñuñoa y, aunque mi mamá solía resistirse, partíamos los cuatro. En mi mente, claro, siempre pensaba que íbamos a la playa y podría jugar con la arena.

Recuerdo que llegábamos al actual Enjoy Viña del Mar un sábado a las diez de la noche y nos íbamos cuando cerraba, a eso de las cinco de la mañana. Las primeras horas jugaba con otros niños y de vez en cuando mi papá venía a preguntar por números para la ruleta, pero en la madrugada comenzaba a darme sueño, veía cómo pasaban los garzones regalando consomés, pero yo miraba tras ellos, a ver si aparecía mi mamá para poder dormir apoyado en ella. Seguramente hoy el Sename pondría el grito en el cielo al ver esa escena de niños solos, pero en los 80 parecía normal.

El juego favorito de mi padre era la ruleta y apostaba a los mismos números: 0, 00, 14 y 36, más algún otro que me preguntaba a mí o escogía al azar. El taxista que mi papá contrataba por la noche completa, siempre esperaba afuera para devolvernos a Santiago, aunque fuera invierno e hiciera un frío tremendo. Cuando ganaba, mi padre salía feliz y a la semana siguiente compraba un televisor o algo nuevo para la casa. Pero no era algo común: lo habitual era que el viaje de vuelta fuera en silencio.

Le digo por teléfono a mi padre que escribiré este reportaje y que quiero saber cómo se hizo adicto al juego. Entonces me cuenta: cuando tenía 10 años, un primo mayor lo llevó a las carreras del Hipódromo Chile y del Club Hípico. Comenzó a volverse una rutina y mi abuela le daba plata para que apostara. Al salir del colegio, jugaba pool con dinero de por medio. Ahí conoció el mundo del juego y empezó a ir a casinos, lo que se sumaba a las carreras y todos los juegos de azar conocidos, en los años en que trabajaba como jefe administrativo en una empresa de transporte.

-Pero nunca perdí mucha plata -me recalca, y no tengo cómo estar seguro de eso. Pero eran otros tiempos: el casino más cercano a Santiago era el de Viña del Mar y no tenía hotel, como los de hoy, lo que dificultaba que él fuera tan seguido. Actualmente, en cambio, hay 25 casinos a lo largo de Chile y dos que están a menos de una hora de la capital: Enjoy Santiago y Monticello, ahora tristemente célebre porque el domingo pasado un hombre perdió 18 millones de pesos apostando y le disparó a dos empleados antes de suicidarse con una inyección letal en el baño.

Llamo...

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