Ni urbano ni rural: lo 'citadino' como tipologia para pensar la ciudad no metropolitana. - Vol. 47 Núm. 141, Mayo 2021 - EURE-Revista Latinoamericana de Estudios Urbanos Regionales - Libros y Revistas - VLEX 869034287

Ni urbano ni rural: lo 'citadino' como tipologia para pensar la ciudad no metropolitana.

AutorGreene, Ricardo

Introducción

Eso que hemos llamado 'ciudades' no existe, y lo que hemos llamado 'campo' tampoco; esa es nuestra primera propuesta: un intento por desmantelar conceptos que han sido clave para el pensamiento moderno, pero que hoy no logran dar cuenta de la enorme complejidad de los territorios. La intención, sobre todo, es resquebrajar la correspondencia entre los pares campo/ciudad y urbano/rural, binarismos centrales para disciplinas tan variadas como la sociología, antropología, arquitectura, ciencia política o geografía. Ambos términos se han definido e imaginado en contraposición y, más aún, se han alineado a un eje normativo que asigna al primero el espacio de lo moderno, versátil y tolerante; y a lo segundo, el de lo primitivo, tradicional y restrictivo, sugiriendo con ello una refracción que la realidad no sostiene.

Asumiendo la variabilidad de un mundo que no admite ser reducido a dicotomías estancas, proponemos un enfoque capaz de comprender lo híbrido, lo superpuesto y lo fragmentado; lo que circula e intercambia. Para ello nos concentramos en aquellos territorios que la literatura ha llamado 'ciudades intermedias' o 'rurbanas'; lugares que ya no son campo ni pueblos, pero tampoco metrópolis. Pueden diferir en tamaño, población, historia o base productiva, pero comparten modos de imaginar, sentir y actuar que las hacen distinguibles de otros ordenamientos territoriales.

Nuestra segunda propuesta es esta: creemos que cada territorio ensambla siempre, en distintas proporciones e intensidades, piezas de diversa proveniencia. La teoría se ha concentrado en las de cuño urbano o rural, desestimando que haya otras, pero nosotros presentaremos una tercera, la 'citadina', que corresponde a las ciudades no metropolitanas. Con ello abrimos la puerta a que, a futuro, puedan detectarse más. En este artículo depuraremos un léxico para referirnos a estos espacios que las artes, los medios, las políticas públicas, los estudios urbanos y la crónica han dejado de lado, comprendiendo sus elementos fundamentales y las lógicas que los configuran.

Más allá de lo urbano y lo rural

Lo urbano y lo rural son entidades analíticas de corte territorial, estructuradas binariamente a partir de la exaltación de un conjunto de características ideales. Profesionales de diversas trayectorias han alimentado estos pares opuestos creando un efecto de contraste difícilmente cuestionable: lo que no es ciudad es campo, lo que no es rural es urbano. Esta dicotomía ha logrado instalar la idea de que el advenimiento de la modernidad y su expresión espacial bajo la morfología de metrópolis no indicaba más que la eventual disolución de la vida comunitaria de pequeña escala. La inclinación de los teóricos ha sido a pensar que este tránsito es inevitable, y que las civilizaciones tienden a complejizarse y urbanizarse, lo que para algunos puede ser distópico o catastrófico (Spengler, 1923), mientras que, para otros, moderno y civilizatorio (Wirth, 2005).

La genealogía de esta construcción dual se remonta, al menos, hasta fines del siglo XIX cuando Tonnies (1947) estableció dos modos de organización social: Gemeinschaft (comunidad) y Gesellschaft (sociedad/asociación). La distinción pretendía dar cuenta de un continuum histórico/espacial que se iniciaba en las pequeñas comunidades, relativamente aisladas, organizadas en torno a relaciones primarias y con una fuerte vinculación emocional, para dirigirse hacia organizaciones anónimas, basadas en asociaciones secundarias y vínculos fragmentarios (Wirth, 2005). La comunidad remitía no solo a un tipo ideal de relaciones sociales, sino también a un antecedente histórico de las sociedades modernas.

Durkheim (1987) y Simmel (2005) también realizaron aportes sobre esta problemática. El primero elaboró un análisis pormenorizado sobre cómo la solidaridad estructura dos tipos sociales anclados en espacialidades divergentes. Su diagnóstico era que la solidaridad mecánica comenzaba a desaparecer ante la industrialización y la división social del trabajo, y que las urbes eran expresión última de lo heterogéneo, fragmentario y distinto. Simmel, por su parte, exploró las figuras del contrato, los intereses y la utilidad como fundamentos de un lazo social inestable que reúne, en entornos metropolitanos, a extraños que no cuentan con una unidad de sentido compartida. El proceso de urbanización implicaría mayores estímulos, acrecentamiento de la vida nerviosa y aumento de la indiferencia, lo que explicaría la superficialidad y fugacidad de sus vínculos. Estas condiciones, a su vez, venían a oponerse a aquellas de la vida rural, en donde "tanto el ritmo de vida, como aquel que es propio a las imágenes sensoriales y mentales, fluye de manera más tranquila y homogénea y más de acuerdo con los patrones establecidos" (Simmel, 2005, p. 2).

La Escuela de Chicago apuntaló este debate, aportando material empírico que parecía capaz de sustentar la dicotomía. Entre las décadas de 1920 y 1930, diversos académicos reconstruyeron las características de un lugar que se fragmentaba en espacios homogéneos hacia adentro, pero altamente heterogéneos entre sí. Wirth (2005), entre ellos, delineó desde allí una definición sociológica contundente sobre el modo de vida urbano, afirmando que las ciudades (las metrópolis) se definían por cinco elementos fundamentales: heterogeneidad, densidad, fugacidad, anonimato, y ser contracara de 'otros espacios' (aldeas, pueblos, comunidades) que pueden encontrarse en lo rural.

Redfield (1942) se propuso etnografiar la presunta contracara de esta dicotomía: las aldeas. Realizó trabajo de campo en México, y aseguró haber encontrado allí una sociedad armónica, integrada y estable. No se trataba, sin embargo, de comunidades primitivas sino folk, que seguían manteniendo características socioculturales del mundo tradicional, aunque integradas al mundo moderno con distintos grados de intensidad. Propuso entonces no pensar las sociedades en términos binarios sino como parte de un continuum folk-urbano, donde a cada polo le correspondería una forma espacial (campo/ciudad), un vínculo social (comunitario/anónimo), un tiempo (el pasado/el presente y el futuro), un tipo de sujeto (persona/individuo), un modo de transitar por el espacio (ritmos lentos/ritmos acelerados) y una estructura social diferenciada (homogénea/heterogénea). Cada territorio se encontraría en algún punto de ese continuo, aunque como tendencia global detectó que predominaba un movimiento hacia la urbanización. En cualquier caso, con este esquema gradual Redfield acogió la multiplicidad, pero sin modificar el eje dicotómico, con el campo y la ruralidad a un lado, y la metrópolis y la vida urbana al otro.

Complejizando el esquema binario

Las ciudades periféricas de tamaño medio forman parte de complejas relaciones históricas y funcionales que se despliegan entre las metrópolis y otras aglomeraciones de menor jerarquía. Pese a que no han logrado asumir posiciones relevantes dentro de los estudios urbanos, es posible reunir algunos esfuerzos por comprender sus particularidades.

Lynd y Lynd (1957) fueron pioneros en proponer un abordaje holístico a estos escenarios, tomando la ficticia Middletown como objeto de estudio. Acoplando datos estadísticos con hallazgos etnográficos, intentaron observar las desigualdades de clase tras el sueño americano, aunque sus resultados más conocidos terminaron siendo aquellos que revelaban la estabilidad y homogeneidad de los vínculos sociales en ciudades medias. Warner (1963), por su parte, implementó una operatoria similar en otra ciudad típica de Estados Unidos, a la que llamó Yankee City. Realizó allí trabajo de campo durante una década para conocer las características y problemáticas de la comunidad homogénea moderna, la que entendió como producto de un proceso modernizador que involucraba urbanización, industrialización y burocratización.

A medida que los estudios sobre las metrópolis fueron ganando terreno, los aportes sobre ciudades no metropolitanas fueron siendo poco a poco marginados. El campo de indagación no encontró mayores sucesores, y peor aún, la literatura y los debates se fueron articulando en dos grandes subdisciplinas, legitimadas hasta hoy: la urbana y la rural. La teoría siguió delineando los límites de estas entidades monolíticas y se olvidó de recuperar las contradicciones, pliegues, tonos híbridos y escalas que se dibujan en los territorios.

Ahora bien, uno podría suponer cierta correspondencia entre la posición secundaria de estos territorios en el debate académico y su importancia en los procesos de transformación espacial, pero aquello no es así. Desde la segunda mitad del siglo XX venimos asistiendo a una urbanización planetaria, creciente y acelerada, que ha trastocado los patrones de asentamiento, y según Naciones Unidas, cerca del 60% de la población es urbana mientras que cincuenta años atrás ese número no alcanzaba el 30%. Ahora bien, contrario a lo que indica el sentido común, más del 50% de dicha población reside en urbes que albergan menos de 500.000 habitantes (ONU-Hábitat, 2012), núcleos urbanos de tamaño medio que se revisten de creciente importancia económica, cultural y social (Capel, 2009).

En sus escritos publicados originalmente en los años setenta, Lefebvre (2014) afirmó que la industrialización capitalista requería e imponía, a través de los Estados modernos, un espacio abstracto de urbanización globalizada que avanzaba en todas direcciones, donde tanto el tiempo como el espacio se iban volviendo crecientemente urbanos y homogéneos. Esta tendencia irrevocable, argumentó, encontraba su constatación en la dominación y asimilación del mundo rural y agrario a la ciudad; en la subordinación de la producción agrícola a los imperativos y exigencias de la producción industrial; en la dependencia y colonización de las ciudades pequeñas y medianas al servicio de la metrópolis; y, finalmente, en la aparición de conjuntos residenciales, complejos industriales y...

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