El secreto del DF - 31 de Octubre de 2010 - El Mercurio - Noticias - VLEX 226362914

El secreto del DF

En guías de viaje, foros y revistas, las reseñas hablaban de los bares, las galerías, los cafés y las tiendas con onda del nuevo barrio de moda del DF, desde luego, apelando a algunos de los clichés clásicos de las descripciones turísticas: "el lugar donde hoy todos quieren vivir" o "el viejo barrio aristocrático es hoy reducto de artistas y escritores".

Sin duda, era el destino perfecto para un periodista de viajes preocupado por escribir algo nuevo sobre una ciudad de la cual se ha escrito todo. De paso, se trataba de un lugar en el que nunca había estado, cuestión que implicaba, primero, conocer algo el DF. Porque, y esto es obvio: ¿cómo iba a escribir del barrio de moda del DF sin conocer el DF?

Insisto: no sé cómo es el DF y me resulta difícil decir que alguna vez estuve ahí.

En los hechos -y los papeles, mi pasaporte lo acredita-, aterricé en el aeropuerto Benito Juárez la noche del miércoles 22 de septiembre.

Por cuestiones que aquí no vale la pena detallar, las primeras noches alojé en un hotel de Santa Fe, zona que mezcla oficinas de multinacionales con departamentos de lujo, lejos del centro de la ciudad. Por eso, al día siguiente tuve que tragarme una hora en taxi más otra media en metro para llegar, por fin, al Zócalo: el punto de partida convencional para quienes pretenden conocer la capital mexicana.

Como pasa con pocos lugares en el mundo -Times Square o Machu Picchu, por ejemplo-, el Zócalo es inexplicable y mucho más imponente en directo que en las postales: una explanada de concreto de 200 por 200 metros, con un mástil en el centro en el que flamea una gigantesca bandera mexicana, rodeada de edificios que chorrean historia: el Palacio Nacional, donde están los mejores murales de Diego Rivera; la catedral, que comenzó a ser construida por Hernán Cortés en 1524; y las ruinas del Templo Mayor, el lugar más importante para la vida espiritual de los aztecas.

Por la noche, la panorámica del Zócalo fue aún más memorable gracias a las millones de pequeñas luces de colores -dispuestas con formas de escudos y otros emblemas criollos- que tapizaban las fachadas de las construcciones en honor a los 200 años de independencia y 100 del inicio de la revolución liderada por Pancho Villa y Emiliano Zapata.

Antes de poner un pie en la Colonia Roma, ocupé un par de tardes más para tratar de conocer el DF: fui a comer enchiladas al Café de Tacuba, a gritar en la lucha libre en la Arena México, a ver los cuadros de Frida Kahlo en su Casa Azul, a pedalear al Bosque de Chapultepec, a parrandear en Condesa, a comprar una figura de la Santa Muerte al mercado de Sonora, y a fotografiarme junto el ángel del Paseo de la Reforma.

Después de una decena de horas en tacos dentro de taxis, en vagones de metro sucios y calurosos, tenía nada más que algunas fotos, un par de hojas de apuntes y la sensación de haber completado un peregrinaje -inconducente, claro- por los hitos turísticos de la ciudad. Sin más tiempo y la sensación de que no conocía mucho más el DF que antes de llegar, ya era hora de partir a la Colonia Roma.

Acordé encontrarme con Carlos H...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR