El estado del renacimiento
Autor | Werner Näf |
Cargo del Autor | Profesor de la Universidad de Berna (Suiza) |
Páginas | 21-56 |
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LaideadeL estadoenLa edad Moderna
capÍtuLoII
eLestadodeLrenaciMiento
1. eLprobLeMadeL renaciMiento
Tal como hoy estamos acostumbrados a utilizarlo, el concepto
«Renacimiento» no existía en tanto que noción histórico-cultural hasta hace
unos ochenta años. Solo poco después de mediados del siglo XIX acertó la
conciencia histórica a delimitar en su singularidad una época que se presentaba
como diferente de la «Edad Media», pero que, a la vez, se distinguía también
de la época político-confesional que se inicia en el siglo XVI. Al designarse
esta época como la «época del Renacimiento», se quería, a la vez, caracterizar
su contenido primordial para pasar después a determinar lo que signicaba
este «renacimiento» como fenómeno histórico-cultural.
Ambos extremos, la delimitación de una «época del Renacimiento» y la
caracterización de su contenido peculiar encontraron expresión, por primera
vez, en el tomo VII de la Histoire de la France, de Jules Michelet, aparecido en
1855 con el título Histoire de la France au XVI e siècle. Renaissance. El término
existía, desde luego, ya antes, así como la idea unida a él de «re-nacer», «re-
comenzar», «ímpetu»; en realidad, empero, la palabra no se había aplicado
más que al arte —en cuyo terreno Vasari había preparado su utilización ya
en el siglo XVI— así como a la literatura. Solo en Michelet, sin embargo, sirve
para designar en su totalidad el contenido de una época histórica, el siglo
XVI francés y sus precedentes en las centurias anteriores, entendido todo ello
como un primer acto en el espacio de tiempo que va de la «Edad Media» a la
Revolución francesa. Reriéndose a sus anteriores estudios y publicaciones,
dice así Michelet: «Dix ans d’études donnés au Moyen âge, dix ans à la Révolution,
il nous reste, pour relier ce grand ensemble, de placer entre ces deux histoires celle de la
Renaissance et de l’âge moderne.» Solo en Michelet se convierte la «Renaissance»
en un concepto cultural general y recibe rasgos característicos: «La découverte
du monde, la découverte de l’homme».
El concepto, empero, ganó carta de ciudadanía en la ciencia y cultura
alemanas, e incluso en el inundo entero, a través de la obra de Jacob Burckhardt
La cultura del Renacimiento en Italia, que vio la luz por vez primera en 1860.
Burckhardt conocía a Michelet y se reere expresamente a sus formulaciones.
No obstante, y como ha probado recientemente Werner Kaegi en su
introducción al tomo V de las obras completas de Burckhardt, la línea que
conduce al mundo de ideas que desde La cultura del Renacimiento iba a pasar a
ser patrimonio universal procede de la propia visión burckhardtiana de Italia
y de su pensamiento histórico. Aquí, en esta obra, se creó fascinadoramente
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Werner näf
y con ecacia indescriptible la primera noción del Renacimiento, una noción
compuesta genialmente por el ensamblaje de miles de detalles estudiados
aisladamente: el Estado «como creación consciente y calculada, como obra
de arte», su «existencia puramente fáctica», el espíritu estatal «entregado
libremente por primera vez a sus propios impulsos»; el nuevo hombre, que se
convierte en «individuo espiritual» y se conoce como tal, que desgarra el velo
que la Edad Media había tejido «con la fe, el temor infantil y la superstición»,
que derriba las barreras de «raza, pueblo, partido, corporación, familia», que
se instruye y vive intensamente su vida, lo mismo en lo bueno que en lo malo;
la sociedad moderna, constitutiva de una comunidad para la cual carecen de
relevancia el nacimiento y la posición social, siendo lo decisivo el talento,
la riqueza, la instrucción y el mérito; el papel determinante que desempeña
la Antigüedad clásica en todo ello y en las más diversas manifestaciones del
Renacimiento, en los terrenos del arte y de la ciencia, de las formas sociales,
de la religión y de las costumbres, factor este de la Antigüedad clásica, sin
el cual el Renacimiento «no hubiera llegado a constituir la alta necesidad
histórico-universal que representó».
La constitución del concepto del Renacimiento y la determinación de
su amplitud y contenido en el grandioso «Ensayo» de Burckhardt, ha
signicado la adquisición de una valiosa idea para el patrimonio cultural de
las generaciones siguientes; para la ciencia, empero, ello no podía signicar
algo así como un resultado denitivo, sino, más bien, una presuposición,
un acicate para el estudio y la investigación. Ahora podía convertirse el
«Renacimiento», como fenómeno total y en todos sus aspectos singulares,
en objeto de estudio; lo que Burckhardt había visto en Italia y lo que había
descrito en relación con este país fue aplicado por extensión a manifestaciones
históricas semejantes, si bien no iguales, al oeste y al norte de loa Alpes; y fue
en este momento al hacerlo así, cuando se puso al descubierto la problemática
que entrañaba el concepto. La investigación de las cuestiones singulares, que
con tal potencia iba a desarrollarse después, tiene una deuda permanente
con Jacob Burckhardt, pero ni se ha contentado, ni podía contentarse, con
extender y proseguir las líneas trazadas por él, sino que ha llevado a la crítica
del concepto burck-hardtiano del Renacimiento, e incluso a la desintegración
y eliminación de toda concepción unitaria acerca de lo que el Renacimiento
signica como hecho cultural.
La discusión se abrió por primera vez en el noveno decenio del siglo XIX al
preguntarse los historiadores cómo había de deslindarse el Renacimiento de
la Edad Media en Italia, país de origen de aquel gran movimiento espiritual.
El problema podría entenderse como un problema de periodicación
histórica: ¿Cuándo surgen a la luz en el curso histórico ese nuevo espíritu y
esas nuevas creaciones en los que queda superada la Edad Media e iniciado
el Renacimiento? Sin embargo, el problema, así formulado ha perdido hoy
mucho de su precisión. Que, por ejemplo, el año 1453, con la conquista de
Constantinopla por los turcos y el traslado a Italia de hombres de ciencia
griegos, signique una fecha decisiva es algo que hoy ya nadie sostiene. Los
comienzos se hallan mucho más atrás, y es imposible señalar un año en el
que tuviera lugar el giro histórico determinante de la nueva época. Cuando,
por eso, en los años sucesivos se alude a la signicación de Petrarca para el
nacimiento del nuevo espíritu en la literatura, o a la de Cimabues y Giotto
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para la pintura, retrocediendo consiguientemente hasta los siglos XVI y XIII
e incluso a tiempos anteriores, lo que con ello se persigue no es situar la línea
divisoria entre Edad Media y Renacimiento en épocas cada vez más lejanas,
sino, más bien, borrar esta línea, poniendo en lugar de una frontera entre
dos edades un amplio período de transición, en el cual conviven elementos
todavía medievales con otros ya renacentistas. Y el mismo hecho se impone
a medida que avanza la investigación sobre el fenómeno renacentista en
Alemania, Francia, etc.
Esta discusión sobre los límites cronológicos del Renacimiento tenía que
hallarse en relación, naturalmente, con la idea que se mantuviese sobre la
esencia de la «Edad Media», de un lado, y del «Renacimiento», de otro.
La Ilustración, la primera mitad del siglo XIX, e incluso las concepciones
populares de nuestros días, contraponen el Renacimiento, comienzo de la
Edad Moderna y época de libertad y belleza, a la Edad Media, paréntesis de
oscuridad en la historia humana. Esta oposición rígida y sin matices era falsa
y se hizo insostenible tan pronto como la apreciación unilateral y negativa
de la Edad Media dejó paso a un conocimiento más exacto de esta época.
Burckhardt, desde luego, no sostuvo nunca este modo de pensar, viendo, más
bien, las transiciones desde el pasado. A pesar de lo cual, traza con precisión
lo que da carácter propio al Renacimiento: el nuevo tipo de Estado y de
hombre, el nuevo sentimiento del Estado y de la personalidad, los nuevos
contenidos y formas en el arte y en la ciencia. Después de él, empero, no solo
se han señalado cada vez mayor número de elementos renacentistas en la
Edad Media, sino, sobre todo, la inuencia permanente de fuerzas medievales
en el Renacimiento. Así ha sido posible que, al nal de esta línea mental,
Huizinga, en su trabajo El problema del Renacimiento —publicado por primera
vez en su libro Rutas de la historia cultural, 1930—, haya escrito, que es preciso
renunciar a una idea unitaria del Renacimiento en su totalidad y peculiaridad.
Según Huizinga, es imposible oponer a la Edad Media el Renacimiento,
entendido este como expresión de un contenido cultural singular; el concepto
del Renacimiento construido en el siglo XX ha perdido toda vigencia. «El
concepto del Renacimiento —continúa diciendo el historiador holandés— no
tiene contornos jos, ni en lo que a sus límites cronológicos se reere, ni en
relación con la terminar lo que sea el Renacimiento, es preciso no extraer los
naturaleza y esencia de los fenómenos que lo componen. Para de conceptos
de la misma historia renacentista. Hay que distanciar más aún los polos uno
de otro, hay que contraponer la Edad Media a la cultura moderna, y, después,
plantearse uno la siguiente pregunta: ¿Cuáles son las características de la
cultura que yo creo poder llamar medieval? ¿Cuáles son los rasgos en que
la cultura moderna se diferencia de la medieval? Entre ambas se encuentra
el Renacimiento». Considerado bajo esta perspectiva, el Renacimiento se
convierte en un período de transición de quinientos años, aproximadamente
entre el siglo XIII y el XVIII: es decir, entre la alta Edad Media y la Ilustración,
período sin unidad, de contenido heterogéneo, ya que su relación con el
pasado y el futuro es también diferente en todos los sectores vitales. «De las
líneas divisorias esenciales que separan las formas del espíritu antiguas y
modernas de los pueblos occidentales, algunas corren entre la Edad Media
y el Renacimiento; otras, entre el Renacimiento y el siglo XVII; algunas
atraviesan el Renacimiento, y más de una se da ya en el siglo XIII, o aparece
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