El pueblo que pide perdón - 7 de Julio de 2018 - El Mercurio - Noticias - VLEX 731706309

El pueblo que pide perdón

Enciende la mecha, levanta la llama hacia un cuadro de la virgen de El Quinche, patrona de Quito, y se queda en silencio apreciando los retratos. En uno aparece Jonathan con un jockey en su cabeza; en otro con su pelo negro, liso y largo; y en el último, luce la cabeza rapada y dos emoticones que expresan tristeza, un pantallazo del video en el que Jonathan es torturado con electricidad por presos de la cárcel Santiago Uno.Jonathan, junto a otros tres compatriotas -Cristián Romero, Olger Otavalo y Diego Tabango-, fue uno de los cuatro ecuatorianos imputados por matar a palos, el 18 de junio pasado, a la funcionaria del aseo de la Universidad de Chile Margarita Ancacoy, en el barrio República, para robarle la cartera. Sus fotos y las velas parecen un altar de muertos, pero en realidad es una animita para vivos: "Le pido a la virgencita que me lo proteja, que el papito Dios me lo cuide", dice su madre.Luz María Quinchaguango vive en Cotacachi, un pueblo que pertenece al cantón de Otavalo, en Ecuador. Su casa es una construcción de cemento, con techo de tejas, y sin cielo falso. Las vigas acumulan telarañas en cada rincón y en el living, donde está el altar, solo hay un sofá roído. Afuera hay siete perros, tres chanchos, y un poco más allá una plantación de mazorcas secas y un cuarto de hectárea con arvejas.Es el último día de celebración del Inti Raymi en Cotacachi, una fiesta que ha sobrevivido más de 500 años, según dicen en el pueblo. Hay baile, música y alcohol, la forma típica en que los indígenas kichwas les ruegan a la tierra y al sol por las cosechas que vendrán. La atracción principal es el "zapateo". Una especie de trote monótono que consiste en dar saltos en una ronda, mientras los grupos de hombres y algunas mujeres van chiflando y gritando el nombre de la comunidad a la que pertenecen. Hacen lo mismo durante toda la noche, casa por casa, hasta que al mediodía bajan hacia la Plaza de la Matriz, donde todos los kichwas culminan sus bailes frente a la iglesia. "Yo les pedí que no fueran a bailar a mi casa porque me duele. Es como si mi hijo estuviera ahí", dice la madre.Luis, hermano de Jonathan, un joven de 17 años, delgado, de pelo largo tomado, y que viste una polera aleopardada, muestra el traje típico con el que bailaba su hermano ahora imputado: polainas de cuero de vaca, chaqueta militar y un sombrero gigante y puntiagudo, como de bruja. Fue él quien imprimió la foto del video que hoy está en el altar: "Yo le saqué para mostrarle al Ecuador que le están torturando allá en Chile", explica.La animita lleva allí dos semanas. Desde entonces, todos los días su madre reza para que a su hijo no lo maten en prisión: "Ya no quiero que le torturen más", dice, compungida.El demonio en la cabezaOtavalo y Cotacachi están ubicados en un lugar con nombre poético: Valle del Amanecer, le llaman los kichwas a la zona ubicada a los pies del volcán Imbabura, al que se refieren como Taita. Por el camino que une ambos pueblos se aprecian las plantaciones de maíz, papas y arvejas, por las que los indígenas rogarán hoy.Cotacachi está lleno de policías. Todos los años, el Inti Raymi termina acá con peleas e incluso muertos, como ocurrió en 2012, cuando dos personas fallecieron y 20 quedaron heridas, luego de una riña que incluyó palos y latigazos frente a la iglesia, por el fervor del ritual y el alcohol que beben durante horas. Nelson Velásquez, dirigente de la Corporación de Gobiernos y Comunidades del cantón de Otavalo, asegura que los kichwas no son un pueblo violento, pero que a veces se cruzan comunidades que tienen problemas y, estando borrachos, se pelean, como pasó en 2012. "La policía los dispersó con lacrimógenas", recuerda."Dale carajo, dale carajo, dale carajo", se escucha en la plaza. Cerca de cinco comunidades se han mezclado en el baile, y desde todas las calles vienen bajando más grupos. Son miles. Llevan palos, látigos, ramas de un árbol nativo llamado aliso, botellas de cerveza y bidones de chicha de maíz. El alcohol corre de mano en mano y los que no pueden sostenerse en pie se apoyan en otros para seguir el ritmo del grupo. Nadie se abandona en el camino. El murmullo es ensordecedor e indescifrable. "Dale carajo, dale carajo, dale carajo"...

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