Populismo y rupturas constitucionales los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador - Núm. 1-2007, Junio 2007 - Revista de Estudios Constitucionales - Libros y Revistas - VLEX 43020930

Populismo y rupturas constitucionales los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador

AutorCalogero Pizzolo
CargoProfesor de Derecho Constitucional. Miembro de la Asociación Argentina de Derecho Constitucional
Páginas372-394

    Recibido el 1 de marzo de 2007 y aprobado el 18 de abril de 2007. cpizzolo@ciudad.com.ar


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I El bonapartismo como antecedente del populismo

La Francia de mediados del siglo XIX conoció un presidente -jefe de Estado de la II República-1 electo popularmente que, evocando las hazañas imperiales de su tío décadas atrás, se hizo con el poder absoluto mediante un coup d'etat disolviendo la Asamblea Nacional, y violando la Constitución sobre la que juró el cargo. Quien se hiciera coronar como Napoleón III, sobrino de Napoleón I, adoptó para su gobierno una versión propia del socialismo utópico.

Karl Marx en su célebre obra El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte analizó el proceso económico, social y político que llevó al poder absoluto a este sobrino de un tío famoso.2 Nada más empezando sus consideraciones, parafraseando a Hegel, Marx afirma aquello de que "los grandes hechos y personajes" de la Page 373 historia universal aparecen dos veces: "una vez como tragedia y la otra como farsa". Los hombres hacen su propia historia pero no la hacen a su libre arbitrio. La tradición de todas las generaciones muertas, escribe Marx, oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionarias es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, "con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal".3

Esta "resurrección de los muertos", sostiene Marx, servía, pues, para glorificar las nuevas luchas y no para parodiar las antiguas, para exagerar en la fantasía la misión trazada y no para retroceder ante su cumplimiento en la realidad, para encontrar de nuevo el espíritu de la revolución y no para hacer vagar otra vez a su espectro: "No sólo obtuvieron la caricatura del viejo Napoleón, sino el propio viejo Napoleón en caricatura".4

Una Asamblea Constituyente actuó en aquella época de grandes convulsiones sociales dando a luz la Constitución de 1848. Esta, como su predecesora de 1830, consagraba la división de poderes. En lo que aquí interesa, distribuía el poder político entre la Asamblea Nacional y el titular del Ejecutivo. Por una parte, setecientos cincuenta representantes del pueblo, elegidos por sufragio universal y reelegibles. Por el otro, el presidente con todos los atributos del poder regio, y todos los medios que proporciona estar al frente de la administración del Estado. Mientras que la Asamblea Nacional actuaba constantemente sobre tablas, "expuesta a la luz del día y a la crítica pública", expone Marx, el presidente llevaba su vida oculta en los Campos Elíseos y, además, "teniendo siempre clavado en los ojos y en el corazón" el artículo 45 que establecía su mandato en cuatro años, y la imposibilidad de ser reelecto.5

Se trataba de una Constitución, según nuestro autor, que se anulaba "a sí misma" al disponer que el presidente sea elegido por todos los franceses mediante "sufragio universal y directo". En este sentido Marx sostuvo, "mientras que los votos de Francia se dispersan entre los setecientos cincuenta diputados de la Asamblea Nacional, aquí se concentran, por el contrario, en un solo individuo. Mientras que cada uno de los representantes del pueblo sólo representan a éste o aquél Page 374 partido, a esta o aquella ciudad, a esta o aquella cabeza de puente o incluso a la mera necesidad de elegir a uno cualquiera que haga el número de setecientos cincuenta, sin parar mientes minuciosamente en la cosa ni en el nombre, él es el elegido de la nación, y el acto de su elección es el gran triunfo que se juega una vez cada cuatro años el pueblo soberano". Por lo tanto, concluye, la Asamblea Nacional elegida está en una "relación metafísica con la nación, mientras que el presidente elegido está en una relación personal". La Asamblea Nacional representa, sin duda, en sus distintos diputados, las múltiples facetas del espíritu nacional, pero en el presidente se encarna ese espíritu. El presidente posee frente a ella "una especie de derecho divino, es presidente por la Gracia del Pueblo".6

Siempre según Marx, los redactores de la Constitución de 1848 intentaron salir astutamente al paso de la "fatalidad" con un "ardid constitucional". Mediante el artículo 111 toda propuesta de revisión constitucional debía votarse en tres debates sucesivos con un intervalo de un mes entero entre cada debate, por las tres cuartas partes de votantes, por lo menos, y siempre y cuando que, además, voten no menos de quinientos diputados de la Asamblea Nacional.

Cuando el segundo Bonaparte ve frustrada toda esperanza de "prórroga constitucional de su poder", ataca a la Asamblea Nacional desatando un proceso de luchas y enfrentamientos que culminan con su disolución y la asunción por éste de "plenos poderes" haciéndose proclamar emperador de los franceses. Se consumaba así la victoria de Bonaparte sobre el Parlamento, del Poder Ejecutivo sobre el Poder Legislativo, "de la fuerza sin frases sobre la fuerza de las frases".

La tradición histórica hizo nacer en el campesino francés la fe milagrosa de que un hombre llamado Napoleón le devolvería todo el esplendor. Y se encuentra un individuo que se hace pasar por tal hombre, por ostentar el nombre de Napoleón. Tras veinte años de vagabundaje y una serie de grotescas aventuras, sentencia Marx, "se cumple la leyenda", y este hombre se convierte en emperador de los franceses. La idea fija del sobrino se realizó porque coincidía con la idea fija de la clase más numerosa de los franceses.

La crisis institucional abierta por el golpe de Estado de 2 de diciembre de 1851 es superada por un plebiscito popular que le resulta favorable, y que aumenta el autoritarismo de Luis Bonaparte contra sus opositores. El 14 de enero de 1852 se promulga una nueva Constitución que refuerza los poderes del Ejecutivo -duración de la presidencia 10 años, reelegible- a la vez que diezma el Legislativo al cual divide en tres cámaras: Asamblea, Senado y Consejo de Estado. Finalmente, mediante otro plebiscito celebrado en noviembre, Francia deviene un Imperio, que se proclama solemnemente el 2 de diciembre de 1852.

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Hasta 1860 Napoleón III gobierna sin oposición, en parte, por el control policial y la censura de prensa, y en parte por la mejoría económica de Francia. Asimismo, los triunfos en política exterior refuerzan la política del emperador.7

En América Latina está sucediendo un fenómeno semejante. ¿Cuál es el puente que une al llamado bonapartismo con el populismo en nuestra región? ¿Qué elementos comparten y qué caracteres dominantes presentan? Podemos arribar a algunos rasgos comunes si tomamos como objeto de estudio, tanto la citada experiencia francesa como los casos que presentan en la actualidad Venezuela, Bolivia y Ecuador. Este análisis se hará desde la perspectiva de las rupturas constitucionales que generan.

II Legitimación histórico-electiva del poder

El primer rasgo compartido, surge a simple vista, el bonapartismo y el populismo comparten su origen electivo. En efecto, se trata de líderes que acceden al poder por el voto mayoritario de la población en las urnas. Precisamente en este rasgo democrático radica gran parte de su legitimación, término éste que traduce las razones de la aceptación general de una autoridad que busca imponerse de modo absoluto a partir de triunfos electorales.

El entonces presidente de la II República francesa, como los actuales mandatarios de Venezuela, Bolivia y Ecuador, acceden a la primera magistratura luego de haber obtenido una amplia mayoría de votos en las elecciones que han participado. Sin embargo, este éxito electoral no representa el éxito de un proyecto colectivo madurado dentro de una organización política; sino que, por el contrario, implica el triunfo del caudillo por sobre cualquier forma de estructura. La crisis que presentan en la región los partidos políticos no es ajena a este razonamiento: éstos se montan o desmontan como paraguas frente a las inclemencias del tiempo electoral.

El populismo se está desarrollando en sociedades insertadas en sistemas políticos debilitados por crisis de representatividad y gobernabilidad que se han convertido en una constante. En Bolivia y Ecuador, por ejemplo, Morales y Correa acceden al poder presidencial precedidos de traumáticas crisis institucionales. En el primero, el entonces presidente Sánchez de Lozada fue obligado a dimitir8 luego de que una insurrección popular dejara 63 muertos. En el segundo, ocho presidentes se han sucedido en una década de inestabilidad.

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En medio de este panorama, uno de los rasgos democráticos que sobreviven es el llamado periódico al cuerpo electoral a que se exprese en las urnas. Conjugado con la apuntada crisis de las instituciones democráticas, éste otorga al populismo un poder casi absoluto que demuestra ser rehén de la mayoría que lo sostiene, potenciando así un escenario de fuertes divisiones sociales. Ello, sumado a los alarmantes índices de pobreza que presenta la región, deja el campo electoral libre para la aparición de los señalados caudillos junto a sus políticas de prebendas y dadivas representativas del populismo.

En consonancia con lo anterior, las elecciones populares que sirven de presentación a los futuros líderes populistas se caracterizan por su marcado tono personalista: lejos de discutirse en ellas ideas conducentes a un proyecto de país o bien doctrinas e ideas...

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