Paraíso de un día - 1 de Marzo de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 559273534

Paraíso de un día

-No conozco -respondí con vergüenza. No haber ido a Colonia me convertía en una suerte de analfabeta regional.

-No es grave -fue la conclusión-, pero es ridículo: todos fuimos varias veces a Colonia. Es un Paraíso de un día, un cortometraje precioso, un libro de cincuenta páginas. En Colonia todos los paseos son cortos: en seguida repetís lugares. Colonia es como un pequeño truco de magia. No te lo podés perder.

Mi novio es escritor, se llama Gustavo Nielsen y tiene una capacidad de persuasión notable. Al otro día estamos en la estación de ferrys, dispuestos -al menos en mi caso- a saldar una deuda moral con el país de al lado. Colonia queda a una hora de barco desde Puerto Madero, el barrio donde están las terminales de Buquebús y Colonia Express, las dos empresas que hacen los traslados. Así que todo promete ser rápido y fácil. Es un día de cielo limpio y sin viento. Subimos y zarpamos. Por las ventanas, los turistas toman fotos de la ciudad que se aleja -primero- y del Río de la Plata después.

Mucho tiempo atrás, en el siglo XVII, estas aguas formaban parte de un territorio en tensión. Colonia estaba emplazada en un lugar estratégico por dos razones: estaba en el límite entre los dominios del reino de España y el de Portugal -que se disputaban hasta el último centímetro de tierra- y desde ella era posible ver y combatir el ingreso de barcos al puerto de Buenos Aires. Es por eso que en sus costas había fortines y cañones apuntando al horizonte, con el fin de defender el Virreinato de una invasión extranjera.

Sin embargo, con el paso de los siglos, el estado de alerta quedó atrás, o más aún, se fue limando hasta convertirse en esto que se ve: una línea amable entre el agua y el cielo. Los rayos de sol se espejan en las ondinas marrones y ese titilar provoca un adormecimiento, una siesta temprana. Llegamos a Colonia un rato después, en estado de duermevela. Ese es el primer hallazgo del lugar: todo acá sucede a un ritmo amanecido, como si la vida fuera una noria lenta, traccionada a mano.

Salimos de la terminal portuaria. Hacemos cuatro cuadras hasta General Flores, la avenida principal, y ahí caminamos ochocientos metros más hasta internarnos en la zona colonial. Allí está, entre otros alojamientos, la Posada Plaza Mayor, que es donde vamos a hospedarnos. Se trata de un bellísimo hotel que logró alternar prestaciones modernas con estructuras antiguas, y que fue construido sobre lo que fuera primero un rancho (en el 1700) y después una casona, en 1860. Dejamos nuestras mochilas en el cuarto y nos sentamos en el patio interno: un espacio con piso adoquinado y una fuente española, con una estética habitual en todo el casco viejo del pueblo.

La gracia de Colonia del Sacramento -o al menos una parte importante de su atractivo- está, justamente, en su historia. La localidad fue fundada por los portugueses en enero de 1680 y vuelta a fundar por los españoles en agosto de ese mismo año. Y toda esa puja, que se fue resolviendo a lo largo de las décadas...

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