El más clásico de los peluqueros - 3 de Diciembre de 2013 - El Mercurio - Noticias - VLEX 479141586

El más clásico de los peluqueros

Estaba en el living de su casa y lo acompañaba una muchacha de la misma edad, de pelo largo y figura menuda. El niño se llama Patricio; la adolescente, Elisa.

-Ahora quiero hacerte unos rayitos Elisa -dijo Patricio -¿Te atreves?

La niña sonreía y dejaba que él experimentara con su pelo. Ninguno de los dos estaba seguro del resultado, pero se arriesgaron. Horas más tarde, luego de que los químicos hicieran efecto, de haberle cubierto el pelo con un cambucho de diario para secarlo, de soportar un penetrante olor a agua oxigenada, Patricio miró su obra satisfecho. Los visos rubios resplandecían en la cabeza de Elisa. Ella estaba tan contenta que le pagó por el trabajo.

El niño, Patricio Araya, sentía una extraña fascinación por las tinturas, las tijeras, los peinados. En su casa no les parecía inusual. La peluquería era una tradición familiar. Su abuelo paterno Manuel Araya -un mecánico tornero del Ferrocarril de Antofagasta a Bolivia- en sus ratos libres les cortaba el pelo a los ejecutivos ingleses de la compañía. Su otra abuela peinaba a las mejilloninas con la técnica Marcel, usando tenazas calientes. Pero su madre, María Daub, tenía en mente que Patricio siguiera una profesión universitaria. Él también quería creerlo.

Sabía que la peluquería era una profesión mal mirada en un hombre.

***

Unos leones flanquean la puerta de entrada de la casa de dos pisos en el barrio El Golf. En las vitrinas que enfrentan a la calle Napoleón hay varios maniquíes -cabezas de mujeres en papel maché blanco con un mohín coqueto- coronadas con pelucas de todos colores, postizos, moños y flores. En la puerta de entrada está escrito discretamente Patricio Araya. En el interior, en los dos niveles de la construcción, hay sillas de peinados y un equipo de peluqueros y peluqueras comienzan a atender a las clientas que cruzan la puerta y saludan con sonrisas y besos.

El lugar es primoroso. Saturado de detalles: las paredes son verde agua, las lámparas de cristal, muebles estilo bombé pintados a rayas, repisas con más maniquíes y pelucas, floreros, espejos gigantes.

-Me demoré diez años en transformar esta casa. Me inspiré en el Palacio Vergara de Viña del Mar. La decoración también es mía. Cada cinco años cambió todo y creo un nuevo concepto. Este estilo es del año pasado y ya tengo claro cómo lo voy a cambiar en cuatro años más -dice Patricio Araya, con un tono amable y orgullo en la mirada.

El peluquero también está radiante: lleva un traje conformado por un pantalón oscuro y un chalequillo en la misma tela, una camisa blanca, humita y zapatos Oxford en blanco y negro. Está sentado en una sala tras una mesa blanca. Hace unos minutos llegó de su casa, una parcela en San Bernardo, con una maleta. Son las once de la mañana de un viernes...

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