La lluvia que inventaron las letras chilenas - 5 de Julio de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 576798606

La lluvia que inventaron las letras chilenas

A propósito del desastroso invierno de 1987, escribe Nicanor Parra en su libro "Temporal" (Ediciones UDP, 2014): "No veo para qué tanta alharaca/ ¿Han leído el romance de la monja?/ Léanlo después hablamos". Se refería el antipoeta al "Romance de sor Tadea de San Joaquín sobre la inundación que hizo el río Mapocho en 1783", como llamó el erudito Juan Uribe Echevarría al poema barroco de 516 versos octosílabos de rima asonante publicado en Lima, sin firma, ese mismo año y que Tadea García de la Huerta escribió por orden de su confesor.

El 16 de junio una "grande avenida" arrasó con los tajamares de cal y canto, desbordó los cauces de la Cañada y la Cañadilla, anegó las calles de San Pablo, Rosas y Santo Domingo e inundó el monasterio de Carmelitas de San Rafael, más conocido como Carmen Bajo, donde guardaban voto de clausura sor Tadea de San Joaquín García de la Huerta y otras religiosas que debieron refugiarse en el coro de la iglesia para no morir ahogadas mientras algunas de ellas subían hasta la torre del campanario a pedir auxilio. Con riesgo de sus vidas, un puñado de intrépidos cruzó el río, entró como pudo al convento y perforó una muralla para rescatar a las monjas.

La naturaleza desmentía así la bucólica imagen del clima local divulgada por el padre Alonso de Ovalle en su "Histórica Relación del Reyno de Chile" (1646), publicada en Roma desde la nostalgia que le hizo construir "una versión idealizada y en ocasiones fantástica de su país", según admite Fernando Silva Vargas en la reedición facsimilar del libro publicada en 2012 por "El Mercurio", sin desmerecer el "altísimo vuelo literario" de la obra y su "condición de documento fundacional del sentimiento patrio".

Si bien reconoce el frío de nuestro "Himbierno", el cronista jesuita asegura que nunca caen rayos y se usa la misma ropa de cama que en verano. Añade que en la época estival "jamas se sienten en el estos rumores, y tempestades", que "obligan en otras partes, a clamorear las campanas, y exorcizar las nubes, ni en el himbierno se continuan tanto como en otras tierras los dias pardos, y nublados, antes lo ordinario en pasando el aguacero, que dura comunmente uno, dos, o tres dias, se despeja el cielo de manera, que parece, que le han lavado, y queda limpio sin que parezca en todo el una nuve ni una mota, y esto con mucha brevedad, porque en cesando el viento norte, o tramontana, que es el que trae los nublados, y causa alli las lluvias, succede el Sur, que en pocas horas las haze desaparecer, y entonces, si es de noche, cae la escarcha, y yelo, y amanece el Sol mas claro que nunca".

Las aguas torrenciales de la Frontera

Ironizando con la imagen del historiador colonial, en su vivaz crónica "Temporal en Valparaíso" (1875), Benjamín Vicuña Mackenna describe una tormenta como un combate: "Dice el padre Ovalle, ingenuamente, pero con verdadera poesía, que las lluvias y los temporales son en Chile 'batallas que se dan el norte con el sur; y que cuando aquél vence, hay lluvia y estrago, y paz, cuando es vencido'". Y añade a renglón seguido el cronista decimonónico: "El sur huía ahora en plena derrota, cargado por aquellas masas irresistibles que avanzaban como matones en columnas cerradas, el arma al brazo, el trueno en sus entrañas, la centella del rayo en sus crispadas frentes".

En una sagaz nota al pie del texto, el comentarista Eduardo Solar Correa se pregunta: "¿no habrá sido la ingenua imagen del P. Ovalle lo que le ha sugerido [a Vicuña Mackenna] toda esta animada página descriptiva?". En su libro antológico "Escritores de Chile. Siglo XIX" (1932) postula que es el desarrollo de esa imagen -enriquecido por la observación directa y la "ágil fantasía" del escritor y político liberal- lo que extendería el poder inspirador de Ovalle hasta el siglo XIX, después de iluminar a casi todos los historiadores coloniales.

También parece dar la razón a Solar Correa un pasaje de "El chileno consolado en los presidios o Filosofía de la religión" (1826), de Juan Egaña. Desterrado a la isla de Juan Fernández durante la Reconquista, el patriota declara con orgullo: "Yo nací en el país más templado de América; y he vivido en el clima más hermoso de la tierra, que es Chile". En el archipiélago, por el contrario, "las lluvias son tan constantes y repetidas, que sin contar el invierno, he visto llover veinticuatro veces en un día de verano". Las goteras de los ranchos donde viven los exiliados, las inundaciones que no les permiten ni siquiera hacer ejercicio, la humedad constante en la ropa y en las camas donde duermen, todo cuanto los rodea provoca en ellos una "laxitud extrema", anota Egaña.

Si el optimismo de Ovalle se explica por la añoranza, sus fines divulgativo-catequísticos y un foco geográfico en el Valle Central, doscientos años más tarde la descripción que, en "Recuerdos del pasado" (1882), ofrece Vicente Pérez Rosales de Valdivia es una abierta propaganda de colonización. De allí que pueda escribir sin ruborizarse: "Valdivia es una de las regiones de Chile donde con más frecuencia llueve, sin que por esto caiga allí más agua que la que cae en Colchagua: por esta razón se nota en aquella provincia el singular fenómeno de verse siempre el sol, aunque por pocos instantes, en todos los días del año, aunque fuere en pleno invierno".

No puede haber cambiado tanto el clima en el plazo de 90 años como para que Luis Oyarzún, avecindado a orillas del Calle Calle, anote en 1971: "Lluvia y granizo. Me entusiasman los fenómenos de la tierra. El río crece. Está crespo de aguas". Y luego en 1972: "Las copiosas lluvias de este año han barrido la tierra útil y la han arrojado a los ríos, que parecen de chocolate" (16 de marzo); "Mucha lluvia y pocas flores. Al fin, se decía con cierto optimismo, algún día teníamos que pasar entre Scila y Caribdis. Siempre que emboquemos bien el desfiladero" (2 de abril), en alusión a la crisis política del país. Y el 3 de septiembre, dos meses antes de morir, escribe: "En esta ciudad lluviosa, hasta los alambres eléctricos se cubren de líquenes. Aparecen hongos hasta en el pico de los cisnes".

No en vano "Lluvias del...

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