EN LA LÍNEA DE FUEGO con una defensora de adolescentes - 21 de Noviembre de 2015 - El Mercurio - Noticias - VLEX 587729218

EN LA LÍNEA DE FUEGO con una defensora de adolescentes

Karina Flores enciende su computador y dice:

- ¿El Felipe? ¿De nuevo? No puede ser. Después de todo lo que me costó sacarlo. ¿Cuánto ha pasado?

El décimo piso de la Defensoría Metropolitana está, salvo por ella, completamente vacío, pese a que es el día de más trabajo en la semana: los sábados pasan a control todos los detenidos del viernes y de la madrugada anterior en la mitad norte de Santiago. Son 249 en total, 38 menores de edad. Ella es eso: defensora pública de adolescentes. Felipe encabeza la lista del día: tiene 16 años, papá preso, consumo de marihuana y clonazepam, detenciones por receptación y robo en lugar habitado. La última vez un magistrado perdió la paciencia: lo dejó preso con internación en el Centro de Internación Provisoria (CIP) de San Joaquín. La defensora habló con su familia, mandó a elaborar un informe social y logró lo que el menor le había pedido: volver a su casa antes de las Fiestas Patrias. El 17 de septiembre estaba afuera. Han pasado 36 días.

La defensora los repasa uno a uno en la hoja de expedientes. Es, dice, la mejor forma de detectar cuando un cliente le miente al momento de hacerles la pregunta: ¿has estado preso antes? Los 38 incluyen a una decena de hurtos en supermercados, varios asaltos a casas del sector oriente, un robo a un camión repartidor de cigarros y un abuso sexual, una rareza: hay muy pocos detenidos en flagrancia por ese delito, casi nadie es descubierto en el acto. Por orden de la jefatura, cada defensora puede tener un máximo de 15 presos, para que la carga de trabajo no incida en la calidad. Karina Flores tiene 11 y pretende no aumentarlos hoy: los hurtos, por la ley, no califican para el encierro y el resto, pese a tener antecedentes, aún no tiene condenas previas, lo que en la práctica es una intachable conducta anterior. En la sala del Cuarto Juzgado de Garantía está el magistrado César Aliaga. Los defensores de adolescentes viven así, calculando qué juez estará decidiendo cada mañana.

- Aliaga: duro, pero razonable. Nadie debería quedar preso.

La defensora toma su abrigo. Tiene un pantalón negro ajustado, las uñas pintadas. Antes de salir de la oficina guarda una bolsa de dulces en la cartera. Camina por el pasillo, rumbo a los ascensores. Se detiene en la mitad y cuenta una historia:

- Un portonazo, la semana pasada. Iba saliendo en una camioneta grande, cuando el conductor ve que se frena un auto detrás. Salen varios niños armados, uno se le sube arriba del capó. El chofer alcanza a poner marcha atrás, le golpeaban los vidrios.

El chofer es el papá de la defensora.

-Al final se arrancaron. Si los carabineros los hubiesen pillado, me habrían caído a mí.

-¿Qué habrías hecho?

-Tratar de sacarlos libres. Uno deja su lado moral en esto. No hay espacio para decir: oh, el cabro malo, estamos todos mejor si queda preso. No puedes. Yo siempre digo que si yo hubiese estado en esos niveles de riesgo social, por mi manera de ser, hubiera delinquido.

-Tu familia, después de esas experiencias, ¿qué te dice?

-Mi hermana, que estaba en el asiento de copiloto, quedó afectada. Me dijo que mi trabajo era inmoral.

Cárcel Santiago 1, 10:27.

La defensora entra a la sala de entrevistas, una habitación de cemento, con un escritorio. Frente a ella hay un vidrio grueso, con un espacio de 10 centímetros que cruza la franja inferior. Al otro lado, dos jóvenes.

Felipe, partidura al lado, rapado a los costados, chaqueta café, la mira y después baja la cabeza. Ella le dice:

-Sin comentarios.

-Pero, tía, lo que pasa...

-!Te saqué recién¡

La defensora se concentra en el segundo joven.

-A ti te detuvieron con otros cuatro adultos, ¿no?

-Sí, señorita.

-¿Y qué pasó?

-Íbamos caminando por la calle, a jugar a la pelota, y vimos unas cajas de cigarros en la calle y las recogimos.

-Ya, ahora te van a llevar a la audiencia. Nos vemos en un rato.

La defensora anota. Vuelve a hablar con Felipe.

-Robo en una casa. ¿Tengo nariz de payaso acaso?... ¿Te pegaron los carabineros?

-En la espalda. Tía, estábamos en el auto, pasando...

-Ya empezamos....

-No tía, si me robé la casa. Con la niña y un taxista que contratamos. Nos llevamos unas joyas. Pero mi hermano nada que ver, lo pasamos a buscar después.

El hermano es mayor de edad.

-¿Voy a quedar preso?

-Lo más probable.

-Haga lo que esté en sus manos.

La defensora deja Santiago 1.

-Fui pesada con él, porque pienso todo el tiempo que invertí tratando de ayudarlo. Se lo tengo que hacer saber. Hago como de mamá mala.

-¿Le cree lo que dice?

-Le tengo que creer. Lo veo ahí, le creo que está arrepentido. A todo el sistema, fiscales, jueces, prensa, se le olvida que ellos son, en el fondo, niños. Hay que tratarlos así: la ley los protege. En su caso, el Estado no ha tenido una intervención efectiva, de hecho ni siquiera él ha empezado el plan que le propone el Estado. Yo no lo veo distinto de la drogadicción; lo normal, lo esperable es que haya recaídas.

-En casos de reincidencia, ¿es razonable la intervención del menor estando preso?

-Parto de la base de que nunca es beneficioso para un menor estar privado de libertad. Lo veo pasar siempre: dos niños que no se conocían, se conocen presos y a la semana los tengo por un delito nuevo que hicieron juntos. Uno va afinando el ojo sobre quién se puede salvar y quién no. Felipe se puede.

-¿Por qué?

-Porque la mamá todavía aparece en las audiencias.

Sala 901, Cuarto Juzgado de Garantía, 11:27.

Antes de que comiencen controles, la defensora negocia con el fiscal de turno. Él le ofrece 30 horas de servicio comunitario para los casos de hurto. Ella dice que no, que es muy alto, o se van a juicio. La acumulación de servicio comunitaro es uno de los vicios del sistema; la defensora dice que ha visto adolescentes hasta con 1.400 horas de servicio acumuladas. Los mismos jóvenes les dicen "la firma"; es lo único que hacen ahí, registrar que fueron. La defensora tiene, en esta negociación, el control; los testigos de los hurtos, guardias en su mayoría, rara vez aparecen en un eventual juicio, lo que desemboca, al final, en absoluciones.

El magistrado Aliaga entra a la sala.

-Se les están acabando las vidas a los muchachos -dice.

La defensora recibe el mensaje; se viene una jornada difícil.

Primero pasan los casos de menor complejidad: una niña que no sabe ni su dirección ni su carnet, tres grafiteros que rayaron una micro y una madre adolescente que robó 160 mil pesos en pollo ganso, lomo vetado y filete en un Jumbo. No hay adultos responsables en la sala. Cierra el bloque Jeison, de 16 años, que la tarde del viernes sacó sin pagar una polera Penguin de Ripley del Costanera Center. Él, en cierta forma, en este contexto, está rehabilitado; tras dos condenas por robo en domicilios, que lo tienen durmiendo en un centro del Sename bajo régimen semicerrado, se concentró solo en hurtos y receptaciones, delitos de menos impacto social. El fiscal ofrece 30 horas comunitarias de castigo, pero la defensora se niega y pide nueva audiencia para preparar el juicio. Jeison la interrumpe: pide que le saquen las esposas para poder irse a su casa. Se pone a discutir con el gendarme que lo custodia. La defensora le explica que lo mejor es irse a juicio, pero que tendrá que venir otra vez al Centro de Justicia. Él le dice que no, que da lo mismo, que acepta su culpa, pero no quiere volver más allá de lo necesario, mientras le sigue mostrando las muñecas al gendarme, mirándolo fijo a los ojos. El juez lo condena a las 30 horas, Jeison se despide de beso de la defensora y, al salir, le susurra al gendarme:

-Anda a bañarte, cochino cu...

A las 13:36 entran a la sala los imputados por robo de cigarros. El fiscal expone los hechos: ayer mientras un furgón de Chiletabacos entregaba mercancía en Recoleta, con otro vehículo como escolta, dos autos se estacionaron de imprevisto. El chofer, que dice haber sido asaltado otras 35 veces, arrancó hacia el local de venta apenas escucha el frenazo. Ahí los cuatro adultos y el menor procedieron a retirar las especies. La empresa, como medida de seguridad, tenía escondido un GPS en una de las cajetillas. Con esa señal, Carabineros llegó a una dirección, donde estaban los sujetos y los cigarros.

La defensora pide decretar ilegal la detención:

-¿Cómo sabemos que ellos son los mismos del hecho? Ni siquiera, en el...

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