El individualismo moderno y su origen - Tercera Parte. El individualismo ético y su proyección política y jurídica - Derecho y Justícia. Lo suyo de cada uno. Vigencia del Derecho Natural - Libros y Revistas - VLEX 327822655

El individualismo moderno y su origen

AutorGonzalo Ibañez Santa María
Páginas275-313
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1. UNA AFIRMACIÓN DE ARISTÓTELES Y SUS
CONSECUENCIAS
En el libro primero de su Política, Aristóteles hizo la af‌irmación
que constituyó el eje sobre el cual él después construyó su doctrina
política y jurídica. En la Primera Parte ya la mencionamos; ahora
conviene repetirla: “La comunidad compuesta de varios pueblos
o aldeas es la ciudad. Esta ha conseguido al f‌in el límite de una
autosuf‌iciencia virtualmente completa, y así, habiendo comenza-
do a existir simplemente para proveer la vida, existe actualmente
para atender a una vida buena… La ciudad, en efecto, es el f‌in
de las otras comunidades… Según esto, pues, es evidente que la
ciudad es una cosa natural y que el hombre es por naturaleza un
animal político…”.158 Para Aristóteles, en consecuencia, el hom-
bre es un ser naturalmente social y, por lo tanto, también lo es la
sociedad donde él encuentra su bien: la polis. De esta af‌irmación
básica, Aristóteles extrajo las conclusiones. En primer lugar, el
hecho de que el bien de cada persona constituye una proporción
en el bien de la comunidad y que, por lo tanto, “si el bien del
individuo se identif‌ica con el bien de la ciudad, parece mucho
más importante y más conforme a los f‌ines verdaderos llevar
entre manos y salvar el bien de la ciudad. El bien es ciertamente
deseable cuando interesa a un solo individuo; pero se reviste de
un carácter más bello y más divino cuando interesa a un pueblo y
158 Política I, 1.
C A P Í TU L O I
EL INDIVIDUALISMO MODERNO Y SU ORIGEN
DERECHO Y J USTICIA
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a una ciudad entera”.159 No se trata, por cierto, de af‌irmar que el
individuo deba aniquilarse en benef‌icio social, porque la sociedad,
no siendo otra cosa que el conjunto ordenado de los individuos, es
dañada cada vez que se hace daño a uno de éstos. Pero sí se trata
de af‌irmar que el bien de la comunidad constituye el f‌in al cual
debe ordenarse cada individuo, y en esa comunidad alcanzar su
propio bien, esto es, la debida proporción que le corresponde en
cuanto parte de aquel. Tratar de procurar un bien al margen del
bien común, o contra este bien, es la manera segura de perderse
como individuo.
Por eso, la segunda conclusión: la moral humana es esen-
cialmente una moral política. Es decir, lo bueno o lo malo de
nuestra conducta se dice por la relación de esta conducta con el
bien común: “Al utilizar la política las demás ciencias prácticas
y al legislar qué es lo que se debe hacer y qué es lo que se debe
evitar, el f‌in que persigue la política puede involucrar los f‌ines
de las otras ciencias, hasta el extremo de que su f‌in sea el bien
supremo del hombre”.
160
Nuevamente se hace imperioso despejar
el malentendido moderno, post Maquiavelo, de que la política es
el arte de hacerse del poder con total menosprecio del bien de los
demás. En la concepción aristotélica, al contrario, la política es la
ciencia cuyo objetivo es el bien último temporal de las personas y
para la búsqueda del cual emplea las demás ciencias prácticas. Por
ejemplo, porque el bien común exige la salud de los miembros
de la sociedad, la política ordena a las personas subordinarse a
los dictados de la medicina en lo que a este punto se ref‌iere; a lo
que disponen las ciencias de la ingeniería y de la arquitectura en
lo que se ref‌iere a la construcción de viviendas; a lo que dispone
la ciencia de la agricultura en lo que se ref‌iere al cultivo de la
tierra, y así sucesivamente…
La tercera conclusión la avanzó el Estagirita en el párrafo
f‌inal del primer texto que citábamos: “La justicia es el lazo que
une a los hombres en las ciudades, porque la administración de
159 Ética a Nicómaco, Lib. I, cap. 2.
160 Íd. Si uno se f‌ija, por lo demás, en lo que dispone la Segunda de las Tablas
de la Ley que Dios entregó a Moisés, en los mandamientos cuarto al décimo, podrá
advertir cómo todos tienen por f‌inalidad proteger el bien de la comunidad: honrar
padre y madre, no matar, no realizar actos impuros, no mentir, no robar, no desear
al cónyuge de otro u otra, no codiciar los bienes ajenos…
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TERCER A PARTE: EL IN DIVIDUAL ISMO ÉTICO Y SU PROY ECCIÓN POLÍT ICA Y JURÍ DICA
la justicia, la determinación de lo justo, es el principio del orden
en toda sociedad política.”
161
El bien del todo supone y exige
que, en su interior, cada parte alcance la proporción que le cor-
responde; porque, de lo contrario, es el mismo todo el que se
verá dañado. Es el trabajo de la justicia, principio del orden o,
lo que es lo mismo, columna vertebral en toda sociedad política.
El objeto de la justicia es, por lo tanto, que cada uno, al interior
del cuerpo social, reciba lo suyo tanto en bienes como en cargas,
cargos, penas y honores; tareas y sacrif‌icios. A lo suyo de cada uno
los griegos lo denominaron to dikaion, expresión que los romanos
tradujeron por ius y, nosotros, por Derecho. Hablamos de lo suyo
de cada uno y no de lo mismo para todos, porque cada persona
es diferente a las demás y, por eso, lo suyo o el derecho es una
proporción en los objetos que deben repartirse: “En lo que seEn lo que se
ref‌iere a los repartos, todo el mundo está de acuerdo que deben
hacerse de acuerdo al mérito de cada uno… Así lo justo es, de
alguna manera, una proporción ”.162 Es importante destacar una
vez más que eso que es de cada uno no lo inventa el gobernante
sino que se conoce en la naturaleza de las relaciones sociales tanto
en lo que éstas tienen de común e invariable allá donde exista una
comunidad humana, como en lo que dependen de las concretas
circunstancias en que cada una se produzca y que, por ende,
pueden ser diferentes. Conocer qué es lo suyo de cada uno es el
trabajo propio de la ciencia jurídica. Ella, entonces, constituye la
primera ciencia a la cual la política acude para procurar su f‌in,
el bien común. Debe, por lo tanto, ser escuchada antes de cada
dictamen del gobierno.
Estas af‌irmaciones aristotélicas acerca de la naturalidad de la
sociedad política y del carácter social de la persona nunca fue-
ron objeto de mayor discusión; pero, en un momento dado sí lo
fueron aquellas que les daban sustento. Lo cual sucedió durante
los siglos XI al XIV de nuestra era, cuando se produjo lo que la
historia de la f‌ilosofía conoce como la querella de los universales.
Como, precisamente, de una de las posturas que se enfrentaron
en esa querella brotó después el moderno individualismo, nuestro
interés, para comenzar con esta parte, es el de hacer luz sobre
161 Política I, 1.
162 Ética a Nicómaco, cap. III.

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