Una historia de frío, nieve y hielo en Montreal - 2 de Marzo de 2014 - El Mercurio - Noticias - VLEX 495205702

Una historia de frío, nieve y hielo en Montreal

La mañana fue fría, con un grado Celsius, sin un mísero rayo de sol. A las cinco y media de la tarde, cuando ya oscurecía, comenzó a nevar. Nevó, nevó y nevó. Sin parar. En la pieza del hotel, el termostato del calefactor se prendía y apagaba cada cinco minutos. El viento caliente salía por las rendijas, y paraba de nuevo. En la tele, un partido de hockey sobre hielo. Dos jugadores se agarraban a coscachos -como es costumbre en este deporte- y el árbitro dejaba seguir, los locutores comentaban la escena en francés, el público daba alaridos.

Abajo, mirando por la ventana, ya todo estaba blanco. Blanc, para decirlo más ad hoc. Los calles, las veredas. Los techos de los autos, con varios centímetros de nieve. Un auténtico temporal, casi una catástrofe, salvo, repito, porque esto ocurrió en Montreal. Y en Montreal la gente (y la ciudad) está acostumbrada. Aquí, durante el invierno, puede hacer fácil veinte o treinta grados bajo cero. Aquí, el invierno dura seis meses, de noviembre a abril, y cae tanta nieve que todo se ve tal como en las películas gringas (de hecho, muchas se filman en Canadá). Aquí, por la mañana a veces hay que salir a palazos de la casa: la única forma de poder abrir la puerta es tirando la nieve a un lado. Aquí, los autos tienen que tener sí o sí neumáticos de invierno, es decir, con clavos, para afirmarse en el cemento (si no esto sería un festival de choques). Y aquí mismo, con estas mismas condiciones, con esta misma nieve, con este mismo hielo, la gente sigue haciendo su vida, casi tan normal como siempre.

-Si te quedas encerrado todo el invierno, entre cuatro paredes, te vuelves loco.

Quien dice esto, medio en broma, medio en serio, es Oscar Arriagada, un chileno ingeniero en comercio internacional que vive hace siete años en Montreal y que, unas semanas antes, poniéndonos de acuerdo por mail, se había ofrecido para mostrarme "la ciudad del frío", como la describió (igual que la cara-de-pocos-amigos del agente de policía que me interrogó en el aeropuerto: "Así que vienes por turismo, ¿ah? ¿Tienes ganas de conocer una ciudad fría?" No le respondí).

Nos encontramos con Oscar -y también con Pablo Aravena, otro chileno radicado hace 20 años en Montreal, cineasta con varios documentales sobre cultura urbana y ahora produciendo Chile Estyle, sobre grafitis- una noche en Casa del Popolo, un concurrido bar del Mile-End, el barrio hipster y bohemio de Montreal. El Mile-End es como una versión en miniatura de la ciudad: aquí hay desde bares y tiendas de diseño hasta parques, iglesias, almacenes, panaderías y todo tipo de inmigrantes: judíos, griegos, libaneses, portugueses, italianos. El bar, en pleno Boulevard St.-Laurent -la calle más emblemática y animada de Montreal-, estaba lleno, pese a que afuera había varios grados bajo cero. Muchos universitarios. Tipos con lentes de marco grueso. Cerveza de barril. Rock indie de...

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