El higienismo y sus prácticas en el México decimonónico. La gestión de la ciudad de Tepic ante las epidemias. - Vol. 49 Núm. 147, Mayo 2023 - EURE-Revista Latinoamericana de Estudios Urbanos Regionales - Libros y Revistas - VLEX 931950365

El higienismo y sus prácticas en el México decimonónico. La gestión de la ciudad de Tepic ante las epidemias.

AutorRamos-Delgado, Raymundo

Introducción

Toda ciudad responde de distinta manera a las contingencias y emergencias que se le presentan. Pero son las formas de pensamiento o de ideología dominantes, así como las experiencias vividas en el contexto histórico de los fenómenos, lo que determinará la manera de enfrentar tales adversidades. Estas reacciones, al suceder a posteriori, o bien tratan de prevenir un evento conocido o acontecido, o bien intentan evitarlo o, al menos, mitigarlo. A estas nuevas formas y modos de entender, administrar, construir y utilizar la ciudad ante tales fatalidades, y que se adicionan a las existentes, genéricamente se les conoce como 'gestión de la ciudad' (Bozeman, 1988; Sánchez, 2002).

En toda gestión urbana es necesario considerar al menos tres aspectos. Primero, sus acciones deben ser planteadas con cierta diligencia y sistematización; segundo, si bien dichas acciones implican cierta racionalidad, planeamiento, eficiencia o conciliación de intereses y de actores, estos componentes no son ni uniformes ni únicos; y tercero, su implementación conlleva, necesariamente, la inclusión--o el surgimiento--de instituciones de la administración pública y de la sociedad, al ser desplegada en la cosa pública por antonomasia: la ciudad. Particularmente, la gestión de la ciudad decimonónica, al estar sesgada hacia la administración pública, representaría, de alguna manera, un guiño al modernismo urbano y al Estado Benefactor (Camacho, 2014; Zoido, 2000).

Desde finales del siglo XVIII, la occidental ciudad virreinal de Tepic tuvo un estrecho vínculo con Guadalajara y San Blas, por estar esta sobre el camino que conectaba dicha capital novogallega con el mar del Sur. Esta providencial localización, sumada a su situación de centralidad, la hizo asiento de una oligarquía extranjera que, debido a la proximidad que tenía con el mundo por el océano Pacífico, comenzó a importar desde Europa diversas prácticas higiénicas, las mismas que fueron implementadas a partir del arribo de distintas epidemias. Específicamente, después de la Independencia nacional, en su etapa como capital del Séptimo Cantón de Jalisco, ante esas enfermedades se modificó la gestión de la salud, que hasta ese momento había dependido de obras pías a cargo de la buena voluntad privada. Esa gestión, ahora a cargo del Estado, puede resumirse en cuatro acciones: implementación de obras de infraestructura, saneamiento de los cuerpos de agua, edificación de nuevos equipamientos, y una emergente normativa urbanística que terminó por dar soporte a todo lo anterior.

El objetivo de este texto es visibilizar tales acciones. Con tal fin, y en una postura hermenéutica, se utilizará el método histórico para el manejo de las distintas fuentes de información de la historiografía local y regional. El trabajo se divide en tres partes. La primera, la del marco histórico contextual, permite advertir el origen, en la Europa de la Ilustración, de las distintas prácticas higiénicas que se implementaron desde la Nueva España hasta el México decimonónico. En la segunda, la empírica, se da cuenta de los distintos discursos y se describen, precisamente, las prácticas higienistas que se adoptaron en la sociedad tepiqueña a partir del constante azote de las epidemias que se dieron en la comarca. Por último, e inductivamente, se plantean las conclusiones o generalizaciones de la reflexión.

El higienismo como reformador de la vida cotidiana decimonónica

Según Sennett (1997), dos descubrimientos médicos conducirían a una nueva visión sobre la planeación y gestión de las ciudades occidentales: el de William Harvey, a principios del siglo XVII, que trata del movimiento de la sangre a través del sistema circulatorio; y el de Ernst Platner, a finales del siglo XVIII, quien plantea que la piel es una membrana que permite respirar a los organismos vivos y establece que los humores, la fermentación y la putrefacción de las inmundicias eran contrarias a la buena actividad de sus poros. Desde ese momento, la ciudad ilustrada fue equiparada con el funcionamiento del cuerpo humano, como una compleja red donde circulaba lo sanguíneo y lo aeróbico; sus habitantes--en ese paralelismo--podían y debían desplazarse libremente sobre un entramado de calles a manera de venas y arterias que conducían, finalmente, a los espacios arbolados de la ciudad, interpretados como sus pulmones.

Junto con lo anterior, asegura Sennett, estas relaciones anatómicas llevaron a las ciudades al desarrollo de diversas prácticas higiénicas, las cuales obedecían básicamente a la repugnancia que despertaban las impurezas provocadas por la suciedad de los animales y humanos. Aligerar vestimentas, usar papel higiénico y lavarse frecuentemente, fueron acciones individuales que se adoptaron para que las personas se mantuvieran limpias y, consecuentemente, saludables. Por último, comenta Sennett que hubo rutinas colectivas que empezaron a hacerse habituales, como la de evitar desperdicios en las calles, prescindir de los pavimentos de adoquín porque se les incrustaba la inmundicia, utilizar yeso en los interiores de las edificaciones para facilitar su limpieza, y mantener los desechos en movimiento hasta su salida de las ciudades.

Efectivamente, la segunda mitad del siglo XVIII se caracterizó por la gran reforma urbana higienista de Europa. Con ella se buscaba reducir la contaminación e impurezas, apaciguar las podredumbres para evitar viciar el aire que, se pensaba, era el medio de contagio en las ciudades (Foucault, 2007). A partir de tales razonamientos, el aire libre--la ventilación--se convertiría en una obsesión. Incesantemente se buscaba evitar los olores rancios, ya que existía la certeza de que su presencia afectaba a quien los respiraba. Surgió así la teoría de los miasmas, según la cual las impurezas del aire son las causantes de enfermedades como el "paludismo, el cólera, la disentería, la diarrea y las fiebres tifoideas [llegando a considerarse que] el aire puro no solo fuera asunto de comodidad, sino de vida o muerte" (Rybczynski, 2015, pp. 118-119).

Corbin (1987) precisa que fueron estas estrategias de desodorización, más que los hallazgos de la ciencia médica y los adelantos de la química, el sustrato donde llegó a gestarse la modernidad de las ciudades occidentales del siglo XVIII. Para él, lo anterior se basaba en una forma de pensamiento--contrario al imaginario de la ciudad como un organismo vivo--, que ponía en relieve los conceptos de la "ciudad-máquina", de carácter fisiológico, y del "aseo-topográfico", de carácter social. Dichos conceptos se materializaban en la limpieza de la calle y la evacuación de la inmundicia, por lo que el enlosetado de los viarios y el uso reciente de las aceras constituirían la invención capaz de ordenar el discurso higienista, ya que el embaldosado eliminaba la anegación de las aguas y evitaba la subida de la hediondez. Sin embargo, este pavimento interrumpía, a su vez, la infiltración del agua de lluvia para lavar e inyectar los subsuelos, lo que podía favorecer un frecuente estancamiento de las aguas y la permanencia de las inmundicias de los animales. De esta forma, el higienismo moderno se fue constituyendo de manera visible, pero también ocultando prácticas cotidianas que, en contraparte, auxiliaban y afectaban la higiene en la ciudad.

En las ciudades del virreinato español también se implementaron tales hábitos de higiene. Si bien fueron asimiladas por los borbones durante la Ilustración para disminuir las epidemias que azotaban a las ciudades novohispanas, las Ordenanzas de Felipe II ya advertían algunas restricciones destinadas a que ciertos edificios no generaran infecciones o inmundicias dentro de las localidades en que estaban asentados, además de recomendar que se evitara su cercanía a los cuerpos de agua corruptos (Wyrobisz, 1980). Katzman (2016) puntualiza que estas prácticas higiénicas se prolongaron luego de la Independencia, particularmente por el constante brote y rebrote de infecciones. Al presentarse con una velocidad mayor que el ritmo en que se las atendía, situación que derivó en la modificación de las ideas que se tenían sobre la salud, se comprobó que existía una alta correspondencia en la propagación de contagios a partir del contacto con animales e insectos perniciosos, con la putrefacción de los cuerpos y con los desechos orgánicos, por lo que resultaba importante evitar el desarrollo de los focos de contaminación, así como cuidar los cuerpos de agua y el buen manejo de los desperdicios. Ambas acciones se centraban en un solo eje: el cuidado del cuerpo. Fue así que, según Katzman, la modernización urbana ya no se hizo tan solo a través de la religión--la fuerza que comúnmente hacía frente a todos los males, incluyendo las pestes--, sino también de la ciencia: sería esta la que salvaría a las ciudades introduciendo la idea de servicios urbanos a cargo de las autoridades locales.

Durante el siglo XIX, la mejora de la salud en México fue promovida por el Estado desde dos dimensiones. Primero, por la emergencia de prácticas de higiene de índole privada y pública: las unas atendían, desde lo individual, el cuidado del cuerpo y el ámbito de lo doméstico; y las otras, desde lo colectivo, buscaban preservar la salud de la población. En la cotidianidad, la frontera entre ambas se difuminaba constantemente, al estar supeditadas tanto a recomendaciones discrecionales como a la obligatoriedad institucional, dando paso a un proceso de higienización que llegaría eventualmente a interiorizarse (Zavala, 2008). Segundo, por un discurso legal urbanístico. Ciertamente, el higienismo de las ciudades decimonónicas, buscando atender la insalubridad y el hacinamiento, llegó a formular una serie de ordenanzas que se fueron traduciendo en diversos reglamentos, códigos y planes sanitarios, los cuales, a su vez, derivarían en acciones de urbanización a partir de proyectos de abastecimiento de agua potable, de alcantarillado, de drenaje y de recolección de basura...

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