La fiscal que no perdona
-Fue la única vez. La única vez en que pensé que me alcanzaban, que me podían matar. A mí y a mi compañero Miguel Ángel Orellana. La única vez en que sentí miedo. El miedo es algo extraño: es helado por dentro.
Era 2008 -la Fiscalía Centro Norte cumplía un año en la investigación de uno de los grandes casos de drogas que ha habido en Chile y despuntaba su juicio oral- y Macarena Cañas fue convocada por uno de los imputados. A cargo estaba el fiscal Miguel Ángel Orellana quien, con Cañas en su equipo, había individualizado a esta banda de colombianos narcotraficantes -con conexiones israelitas y peruanas- que había ingresado al país dos mil kilos de cocaína de 98% de pureza. Era un grupo investigado por el Mossad.
A Cañas, quien en ese tiempo tenía niños de doce y nueve años, el narcotraficante le reveló que había desembarcado en Santiago el sicario que los venía a matar. Sin que se le moviera un músculo, sintió la ola de frío subiendo por su espina dorsal. Se fue a su oficina -era un viernes a las seis de la tarde- y, con ayuda de otros fiscales, intentó descubrir su identidad. No pudo. Cerca de las once se subió a su auto y partió desde el Centro de Justicia en la Norte-Sur hasta su casa en La Reina. Una ruta que cruza cuatro comunas y que ella hizo con el alma en un hilo. Poco antes de llegar, divisó un resplandor por el espejo retrovisor:
-Me habían seguido todo el camino, más de media hora. El sicario y otros, en un auto de los años 60 que después supimos tenía patente falsa. Esperé a que se abriera el portón y entré. Vi a mis niños y se me heló la sangre de solo pensar que podían haberme matado varias veces. Miré a mi marido y me dije que hasta aquí llegaba yo: había trasladado el riesgo hasta el living de mi casa. Y a mi matrimonio, a mis hijos, a mi vida.
-¿Qué sintió al acostarse esa noche?
-Una sola cosa. Que el miedo quiebra el sistema y acaba con la justicia. Chile no puede tener fiscales asustados.
***
Aunque hoy es la fiscal estrella de la Unidad de Delitos de Alta Complejidad de la Fiscalía Centro Norte, que tiene jurisdicción sobre el corazón de la Región Metropolitana y su casco histórico, su historia profesional, reconoce, ha sido su armazón. En especial, su experiencia en el Consejo de Defensa del Estado y en el Sename, que le dieron las armas que emplea hoy.
Fue en 2003 y 2004 que Macarena Cañas aprendió sobre el dolor. Después de cuatro años como abogada fiscal en el CDE -un trabajo que ella recuerda con nostalgia y pasión, porque fue su primera escuela profesional-, entró al Servicio Nacional de Menores y, pronto, se involucró en casos históricos, como el del Cura Tato -primer religioso condenado por abusos sexuales a menores en Chile- y el de Claudio Spiniak, acusado en 2003 y condenado en 2008 por la Corte Suprema a 12 años de presidio por los delitos de abuso sexual contra cinco menores, promoción de prostitución, y producción de material pornográfico en calidad de autor.
Con su vocación "por el derecho y la justicia", Cañas se abocó a defender a niños vulnerados.
El Sename la marcó, dice. Y, de todos sus trabajos, es el que mayor dolor personal le causó:
-Cuando se vulneran los derechos infantiles, esa agresión te parte el alma. Pasa con las violaciones...
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