Ficciones que corren el velo de una dura realidad - 13 de Mayo de 2018 - El Mercurio - Noticias - VLEX 716895029

Ficciones que corren el velo de una dura realidad

"Todo delito que no se convierte en escándalo no existe para la sociedad", afirmó Heine. La feroz envergadura de los crímenes revelados en las últimas semanas contra menores como Ámbar y la multiplicación de las denuncias hechas por mujeres acosadas y ex alumnos de colegios religiosos han alcanzado los niveles de escándalo nacional. Un error común, sin embargo, ha sido calificarlos como hechos nunca vistos. La memoria es frágil. Sobre todo la cultural. Contra lo que se pudiera creer, la literatura chilena viene mostrando desde hace más de un siglo realidades como el abandono, el maltrato y el abuso sexual contra menores. Distinto es que la sociedad no haya querido verse en el espejo que le ofrecía la ficción.

"Juana Lucero"

Uno de los primeros en decir "yo acuso" -como lo hicieran Zola y su novela "Nana"- fue Augusto D'Halmar en "Juana Lucero" (1902), libro que formaría parte de una serie narrativa titulada "Los vicios de Chile", pues el sexual no iba ser el único denunciado. En su prólogo, el autor hace presente que antes de ser convertida en una "máquina de placer" en un prostíbulo, la Lucero tuvo una "infancia buena". Hija natural de una costurera y un diputado conservador que se desentendió de ambas, la novela muestra cómo la primera etapa en la vida de la muchacha llega a su fin con la muerte de su madre, cuando tiene 15 años, y queda al cuidado de una tía beata y solterona, quien, luego de explotarla como si fuera una criada, se la "presta" a una amiga, misiá Pepa, para que le ayude a confeccionar el ajuar de novia de su hija mayor.

La nueva casa de Juana, frente a la Plaza Yungay, es propiedad de Absalón Caracuel, un político anticlerical que hizo carrera como funcionario de Correos traicionando al gobierno de Balmaceda (detalle significativo: Juana guarda un cromo del ex Presidente). El obeso y lascivo pater familias acosa a la muchacha de forma descarada, en las narices de su esposa, misiá Pepa, que prefiere hacer la vista gorda. La noche en que Chile celebra en las calles un nuevo aniversario del triunfo de Yungay (20 de enero), toda la familia Caracuel sale a festejar con excepción del dueño de casa. El pestillo del dormitorio donde está acostada Juana Lucero salta al segundo empellón.

"Fue una lucha cobarde y breve: el miedo, debilitando las fuerzas de la niña, quebrantó su resistencia; apoderábase de ella una gran laxitud; su gemido moribundo salía de lo más íntimo del alma; luego no pudo forcejear... todo se desvaneció... El triunfador alargaba envanecido el placer siempre nuevo de sentir entre sus brazos una virginidad agonizante...", escribe el narrador.

Caracuel intentará, sin éxito, volver a entrar en las noches siguientes. Su esposa se entera, pero tampoco hace nada: ha pasado tantas veces. Lo único que le preocupa es la edad de Juana y su estado de gravidez. Desesperada, la muchacha decide fugarse con otro acosador: el futuro yerno de misiá Pepa. No siente nada por él, pero se resigna a ser su querida, como luego se resignará a que la entregue a un burdel de lujo y a que le practiquen un aborto en un concurrido "instituto ginecológico". Corre el año 1897.

El escándalo que causó la aparición de "Juana Lucero" se repetirá cuando D'Halmar publique "La pasión y muerte del cura Deusto" (1924). La novela, escrita por el autor en España, narra la atracción que siente un sacerdote vasco -quien llega a hacerse cargo de una parroquia en Sevilla- por un gitano adolescente que integra el coro de la catedral. La relación entre dos hombres que no pueden ser más...

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