Al encuentro del lugar: el caso de La parada del tonto en Concepci - Vol. 40 Núm. 121, Septiembre 2014 - EURE-Revista Latinoamericana de Estudios Urbanos Regionales - Libros y Revistas - VLEX 636388393

Al encuentro del lugar: el caso de La parada del tonto en Concepci

AutorCapell

RESUMEN | Los lugares de encuentro se establecen en torno a nodos que terminan por convertirse en hitos colectivos, más allá de su forma. En el caso de La parada del tonto en la ciudad de Concepción, nos encontramos con un curioso ejemplo de un céntrico punto de encuentro que ha terminado por convertirse en un lugar con nombre propio.

En el presente artículo nos centraremos, en primer lugar, en la construcción de lugares desde su dimensión no solo espacial, sino también temporal, incidiendo en la importancia histórica que han tenido los relojes como hito temporal. En segundo lugar, nos adentraremos en el caso de estudio específico de La parada del tonto, de su transformación de nodo hasta convertirse en hito de referencia colectiva. Finalmente, concluiremos con una teorización sobre la dimensión universal del hito temporal, como sentido del lugar o topoi, cohesionador de un legado colectivo.

PALABRAS CLAVE | espacio público, imaginario urbano, patrimonio.

ABSTRACT | Meeting places are based on nodes that later become landmarks. La parada del tonto [The fool's stop] in Concepcion is a peculiar example of how a central meeting point has become a place with its own name, with no relation to its surrounding urban form. This article focuses firstly on how places are generated, according not only to the spatial dimension, but also to the temporal scale, associating place formation with the importance of clocks as significant aspects of spatial landmarks. Afterwards is an in-depth analysis of the case study, La parada del tonto, in order to un-derstand how this space became a recognizable landmark. The article concludes with a theoretical development regarding the universal dimension of temporal landmarks as contributing to a sense of place or topoi, and providing cohesion as a collective legacy.

KEY WORDS | public space, urban imagery, heritage.

El lugar de encuentro

Difícil sería discernir si el lugar estimula el encuentro o bien si, por el contrario, son las sinergias colectivas las que terminan fraguando un lugar para el encuentro. En cualquier caso, existen sinergias colectivas que propician el auge de ciertos nodos como puntos de encuentro, aunque también estas dinámicas han sido estimuladas, o incluso establecidas ex novo desde la planificación urbana y, en especial, desde el diseño urbanístico (Yates, 1966). Tras décadas volcadas por los planificadores al diseño del espacio, se ha empezado a repensar los beneficios de los lugares en el diseño de las ciudades y, con ello, en la identidad urbana (Lalli, 1988). La consideración transversal y activa de las dialécticas de la ciudadanía con su entorno empieza a concebirse como el examen de un legado de experiencias que no podemos obviar a la hora de construir ciudad (Bettendorff, 2005).

La preocupación de urbanistas que, en los años sesenta, comenzaron a indagar en las relaciones entre las formas arquitectónicas y desde la perspectiva del contexto, permitió incorporar dimensiones sociales, históricas y psicológicas que no habían sido consideradas anteriormente. Se incluyó en este enfoque la observación de las realidades urbanas existentes, con la intención de categorizarlas y transformarlas en pautas para el diseño urbano. Todo lo anterior con el objetivo de entender el diseño urbano como una función humana dinámica, creativa, estética, que refleja una verdadera participación ciudadana. El diseño urbano se constituye como una forma de crear espacio público, acorde con los places of the soul (Jacobs, 1958).

En cualquier caso, el lugar de encuentro en una ciudad responde a una necesidad social, y forma parte del concepto mismo de ciudadanía. Mantiene una estrecha relación con las formas de urbanidad, tradicionalmente asociadas al espacio público, en elementos como plazas o vías. Su existencia permite, en cierto modo, evidenciar esas formas de ciudadanía, y a la vez representa un legado esencial para su trasmisión como una forma de cultura urbana colectiva (Halbwachs, 1968).

En las ciudades, los lugares de encuentro han tendido a establecerse, desde la Antigüedad, en los espacios de mayor concurrencia y céntricos, en contra incluso de los propósitos de fluidez y funcionalidad que acarrea el aglutinamiento de personas en un mismo punto. Desde un punto de vista conceptual, la encrucijada simboliza el punto de convergencia y, por ende, el más propenso a convertirse en nodo y punto de encuentro. No obstante, en algunos casos a lo largo de la historia se han buscado lugares marginales para tales fines, como cerros o catacumbas, cuando la reunión involucraba a un grupo en particular que, de alguna forma, tenía el carácter de proscrito.

La construcción de lugares

Los lugares en la ciudad responden--como muy bien definió Lynch (1970)--a una lógica funcional y colectiva. Por lo tanto, para que un espacio urbano pueda ser considerado como lugar no importa solo su dimensión funcional, sino su representación, asumida como referente para el resto de la comunidad. Los hitos obedecen así no solo a una dimensión exclusivamente espacial, sino que se complementan con la coordenada de la dimensión temporal, representada por la propia comunidad.

Las instancias del poder (político o religioso, o incluso civil) tuvieron una particular preocupación, desde los inicios de la urbanidad, por las escenografías o diseños para la dramatización simbólica de su señorío frente a los habitantes de las ciudades. El uso de los espacios públicos fue paralelo a la representación de las formas de poder. Este hecho conduce de manera normal a pensar que los lugares de encuentro se asocian de modo directo con los espacios de poder. No obstante, esta correlación no es generalizable, ya que si bien es cierto que la mayoría de los espacios de poder se han concebido como lugares de reunión, no podemos aseverar que todos los lugares de encuentro tengan que vincularse con el poder. En muchas ocasiones, el temor al poder ha llevado a la búsqueda de lugares de encuentro tolerados, aunque al margen. En definitiva, si bien podemos incentivar o motivar espacios como puntos de encuentro, difícilmente podremos fijar de antemano tales lugares en una ciudad, porque obedecen a las decisiones de la colectividad. Esto nos permite entender cómo ciertos espacios periféricos pueden terminar siendo lugares de encuentro y, por el contrario, cómo ciertos espacios centrales, como una plaza, pueden ser solo espacios simbólicos de la representatividad oficial y del poder. No obstante, ciertas instancias oficiales muchas veces han adecuado las formas de lugares de encuentro bajo el alero de una tolerancia implícita.

Para existir como tal, el lugar de encuentro debe conjugar la dimensión espacial, al plantearse como nodo funcional, así como una dimensión temporal acorde al referente colectivo. Esta segunda dimensión, la temporal, configura la memoria colectiva que define la particularidad del lugar. De hecho, la mayor crítica que se ha hecho a los diseñadores urbanos remite a tal aspecto, en el sentido de que confunden el place of sense generalizador con el sense ofplace, particular, reflejo del referente colectivo (Jacobs, 2004).

La correlación del referente temporal con la dimensión espacial urbana ha constituido una preocupación desde las primeras formas de urbanización, como manera de compensar y aglutinar a las comunidades. La representación del tiempo universal y cronológico se ha reflejado en hitos urbanos que condicionan muchos de los lugares de encuentro. Así, la ubicación de relojes inserta una dimensión temporal en el espacio, que aglutina a las colectividades en sus encuentros. El papel de la dimensión temporal en la articulación de lugares por la sociedad ha sido planteado como heterocronía (Nogué, 2007).

La construcción de los lugares desde la participación de sus habitantes, y desde una visión dinámica, permite establecer (re)significaciones múltiples y complejas, incluyendo heterotopias (Nogué, 2007). El lugar se constituye como un referente colectivo que adquiere relevancia patrimonial. La transmisión oral colectiva de los testimonios referidos a tales patrimonios representa un legado que forma parte de la identificación con la ciudad en que ellos existen (Francis, 1983). Los lugares, entendidos desde su dimensión física pero igualmente como representaciones icónicas colectivas (Valera, 1996), participan en la construcción de la memoria colectiva, como define Nora en su texto Los lugares de memoria (2009). En el presente caso de análisis de La parada del tonto, el referente no solo se puede entender como un lugar para la memoria colectiva penquista, sino que metafóricamente podemos comprender que, tras el topónimo vinculado al lugar, existiría una forma de memoria del lugar. La pervivencia y transmisión del nombre de los lugares (topónimos) significa no solo la pervivencia de un referente colectivo urbano, sino que también constituye, en el caso de Concepción, una forma de patrimonio invisible y flexible perdurable por su transmisión colectiva, que se adecúa al carácter efímero de las formas físicas, sujetas a los caprichos de una considerable naturaleza telúrica como la propia de la región. La memoria de los lugares representa la identidad como referencia colectiva en un compromiso necesario para las sucesivas reconstrucciones materiales. La herencia del referente transmitido (la memoria) es la que permite la permanencia física del lugar.

El presente caso de estudio permite recalcar justamente la discusión planteada desde la psicología (Aguilar, 1990) en torno al grado de importancia del ambiente no solo en la formulación de los referentes individuales, sino también en la conducta colectiva y urbana (Corraliza, 1987). El caso penquista ilustra justamente cómo esas representaciones sociales no se apoyan en general sobre...

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