El encanto y el sabor del Golfo de Tigullio - 21 de Enero de 2018 - El Mercurio - Noticias - VLEX 701311333

El encanto y el sabor del Golfo de Tigullio

El encuentro hace sentido: muchos de los migrantes italianos que finalmente se asentaron en Chile provienen de esta región. Y Rapallo es la ciudad más poblada de la zona costeña llamada Golfo del Tigullio, pero que también es conocida como "Golfo Marconi", porque aquí se realizaron los primeros experimentos de radio de Guglielmo Marconi. En Rapallo, de hecho, estuvo Gabriela Mistral sirviendo como Cónsul de Chile entre 1951 y 1952.

La poetisa es la protagonista de uno de los paseos imperdibles en esta ciudad: recorriendo la alfombra roja de 8,5 kilómetros que une a Rapallo con Santa Margherita Ligure y Portofino -se dice que es la alfombra roja más larga del mundo-, inmediatamente después de haber dejado atrás Punta Pagana, una placa blanca en un muro recuerda el lugar donde vivió la Premio Nobel.

En Rapallo mismo, lo mejor que se puede hacer es recorrer las serpenteantes callecitas del centro histórico y la costanera, que es un hito casi obligado porque de aquí salen los vaporcitos que permiten conocer los otros pueblos de la región, sobre todo los de Cinque Terre -Monterroso, Manarola, Vernazza, Corniglia y Riomaggiore-, que se encaraman hacia los cerros.

En un extremo de la costanera de Rapallo, en un peñasco que se adentra en el mar, está el Castillo, una construcción del siglo XVI donde hoy se hacen exposiciones, pero que en el pasado fue la residencia del Capitán, como se conocía al gobernante de la ciudad.

No es la única curiosidad arquitectónica en la zona. Quizá la más llamativa en esta zona de Liguria, explica Jacopo Riccamboni, nativo de estas tierras y casado con Beatriz, chilena, es el trompe-l'æil, una técnica pictórica que es un efecto óptico.

Sucede que hacia el 1700 se decretó un "impuesto de ventanas" a cada propiedad que tuviese más de cinco de estas. La respuesta de los ciudadanos entonces fue tapiar algunas, y reemplazarlas por unas pintadas, de mentira, pero que a lo lejos siguen pareciendo reales. La ingeniosa manera de esquivar el pago se convirtió entonces en un símbolo de la arquitectura local.

Como es hora de almuerzo, vamos con Jacopo al bar Il Chiosco, en plena costanera, y cuyo nombre se debe a que está frente al quiosco donde se toca música, para probar la focaccia ligure, un pan amasado de no más de dos centímetros de grosor que, inmediatamente después de sacado del horno, se baña con una emulsión que tiene aceite de oliva, agua y sal gruesa. Como sándwich, se sirve relleno de jamón, queso y verduras, entre otras cosas, y hay que probarlo con gianchetto, un vaso de vino blanco de la zona. Era una forma inmejorable para comenzar.

Al día siguiente me dediqué a recorrer los pueblitos de Cinque Terre.No es difícil ir de un lugar a otro: hay trenes y buses. También se puede ir en auto, claro, pero lo mejor es hacerlo en vaporcitos, como los que salen desde Rapallo.

En todo caso, para ganar tiempo, partí en tren hasta Monterosso, que es imperdible no solamente por su mar transparente, sino también porque, junto al estupendo paisaje de arenas doradas y arrecifes que caen abruptamente al mar, hay notables ejemplos de arte...

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