Elogio de la lentitud en Bilbao - 29 de Octubre de 2017 - El Mercurio - Noticias - VLEX 695732113

Elogio de la lentitud en Bilbao

Pienso en todo eso mientras -en una coqueta librería en uno de los señoriales boulevards de Bilbao- ojeo y hojeo la recién aparecida Origen, nuevo esperpento mega best seller de Dan Brown, esta vez resolviendo acertijos a lo largo y ancho de España. Lo que se conoce como lectura ligera (que no es lo mismo que veloz) y en la que se vuelve a seguir el frenesí hiperquinético en las idas y vueltas de Robert Langdon. Ese académico experto en iconografía religiosa quien ya rastreó descendientes de Jesús y asesinos de cardenales papables y magnates virósicos fans de Dante y conjuradores masónicos Made in USA. Y siempre a toda marcha, sin retrasos en aeropuertos y zumbando por avenidas y callejuelas (!incluso las de la siempre atascada Roma¡) que parecen despejadas de todo tráfico solo para él, para que así no demore un segundo en pasar de un símbolo a otro.

Y ahora -capítulo primero- Langdon ha llegado al Museo Guggenheim de Bilbao. Mole diseñada por el star/quitecto canadiense nacido en 1929 Frank Gehry (quien insistió en el cambio de ubicación del edificio; primero iba a ocupar el sitio en el que hoy se alza el también muy admirable Azkuna Zentroa de la Alhóndiga Bilbao, otra joya de otro art/quitecto como Philippe Starck) y estrenada justo hace dos décadas. Catedral del deconstructivismo que, para muchos, es el principal motivo y coronación de la astuta reconversión de lo que por entonces era una mustia ciudad industrial de astilleros fantasmas y fundiciones fundidas en destino artístico-gastronómico hot con restaurantes formidables y boutiques top y barras con pinchos de diseño. Para algunos, el Guggenheim de Bilbao como los cinco años de obras y ochenta millones de euros de entonces (poca cosa) mejor invertidos y dedicados de la Historia. Para otros, en cambio, se exagera su importancia en la metamorfosis del lugar y se lo acusa de -como ocurre con casi tod

o lo innovador- ser instantáneamente anticuado además de mal mantenido y difícil de acicalar. Todos coinciden, en cambio, en que el Guggenheim de Bilbao ya es un clásico y que, para bien o para mal, es "el edificio más influyente de los tiempos modernos".

De ello da fe una propaganda televisiva que conmemora, por estos días, la presencia de años del monumento en la ciudad. Allí aparecen Jeff Koons y David Hockney y Richard Serra y, por supuesto, Frank Gehry. "I'm from Bilbao", repiten todas mirando a cámara aunque el subtexto sea "Soy del Guggenheim". Y, al final, un eslogan concluye que "Los de Bilbao nacemos donde queremos".

Y este Guggenheim -hijo cercano de aquel otro que en su momento revolucionó con sus ondas una de las orillas del Central Park de Manhattan- quiso nacer en Bilbao.

Y en cualquier caso -ya desde apenas superado su debut el 18 de octubre de 1997- imperó la tentación y malentendido de intentar reproducir el llamado "Efecto Guggenheim" o "Efecto Bilbao" en otras ciudades alicaídas a lo largo y ancho del mundo, entregándolas al resucitador shock eléctrico de un solo edificio. Y, claro, a veces -más de una vez- no pasa, no vuelve a pasar. El propio Gehry -quien en más de una ocasión intentó repetir su hazaña en otras partes- acabó reconociendo, en una reciente entrevista con Begoña Gómez Urzaiz para El País, la imposibilidad de que ese rayo cayese dos veces en una misma vida: "No puede aplicarse. Sería necesario replicar la cultura, la gente, la honestidad, la claridad, la sencillez... En ese proyecto, todo el mundo estaba a bordo para hacer una ciudad mejor. Cuando yo llegué, ellos no sabían nada de mí. Podían haber pensado que era un salvaje que venía de California, porque siempre te ponen una marca u otra, pero los vascos me aceptaron como lo que soy y...

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