La elefanta que vivía en el mapocho - 27 de Septiembre de 2014 - El Mercurio - Noticias - VLEX 534436198

La elefanta que vivía en el mapocho

-¿Te quieres quedar con Ramba? Te la vendo barata.

Maluenda, en su pequeña oficina empapelada de galvanos y fotos, con peluches y recuerdos acumulados en repisas, y con un cerro de papeles, documentos, contratos, presupuestos y recortes de periódicos sobre su escritorio, dice que desde que fundó el circo Los Tachuelas, a comienzos de los 80, su sueño era tener elefantes. Para él, más que payasos, más que trapecistas, más que acróbatas, más que cualquier otro animal amaestrado, ser dueño de un elefante significaba estar en la primera liga de los circos del mundo, pero comprar un ejemplar estaba fuera de su presupuesto. Su madre le decía que si se ganaba el Kino o la Polla Gol, lo primero que haría sería regalarle uno.

Solo en enero de 1998 surgió la posibilidad.

Val era un empresario argentino avecindado hacía 10 años en Chile. Su situación económica era apremiante y necesitaba vender los pocos animales de circo que le quedaban.

-Te la dejo en 100 mil dólares -le ofreció a Maluenda.

-No, imposible, nadie tiene esa plata en Chile.

-Entonces hazme una oferta y es tuya.

Joaquín Maluenda recuerda esa conversación, porque dice que quedó de pensarlo, que casi no durmió esa noche, que lo habló con su mujer y que al otro día, muy temprano, Eduardo Val lo estaba llamando de nuevo para apurarlo con la compra.

-¿Y? ¿Ya vienes por Ramba?

"Val no tenía plata ni para darle de comer a sus hijos. Por eso estaba desesperado. Con el crédito aprobado que había pedido para los camellos, me junté con él en una notaría de Puente Alto, firmé la transacción y partí a una parcela en Renca, donde permanecía Ramba. Cuando llegué, ella estaba vagando en la ribera del Mapocho", cuenta Maluenda, mientras saca de una carpeta la foto que tomó en ese momento. "Estaba toda sucia, igual que un perrito, tomando agua servida y comiéndose esas yerbas malas que crecen allí. Daba pena. Había un viejito que la cuidaba y la amarraba de noche con una cadena, pero de día andaba suelta. Una señora le daba pan para alimentarla por las tardes".

Un elefante de circo puede costar, fácilmente, entre 100 mil y 150 mil dólares, pero Ramba estaba tan mal cuidada, tan abandonada, que Maluenda la compró por una ganga: 30 mil dólares.

-En el documento de compraventa dice que usted recibió a la elefanta en buenas condiciones.

-Sí, ese contrato lo redactó el mismo Val y yo estaba dispuesto a firmar lo que fuera con tal de tener a Ramba.

-¿Por qué?

-Era mi sueño.

Probablemente Ramba nació en cautiverio en América. Probablemente fue traída al continente en la década del 50 desde India, siendo muy pequeña, cuando varios circos y zoológicos compraron ejemplares asiáticos por ser más dóciles que los africanos. Probablemente fue arrancada de su hábitat por traficantes apenas nació, y fue traspasada, vendida y canjeada de mano en mano, con papeles falsos, hasta llegar a Argentina. Cualquiera de esas historias puede ser cierta, porque casi no hay rastros de su pasado. Según el expediente de la causa por tráfico de animales y maltrato que se siguió después, el único papel que Eduardo Val tenía para comprobar el origen de la elefanta era una boleta de compraventa de un taller mecánico de Mendoza, que indicaba el monto de la transacción y nada más. No salía dónde nació, ni cuándo, ni por qué circos pasó, ni quiénes eran sus padres, ni si tuvo crías. Tampoco informaba si alguna vez fue libre, ni qué enfermedades tuvo, ni en qué países había actuado.

Apenas se sabe, por boca de Maluenda, que Val la compró a fines de los 80 al circo Ringling de Argentina -una copia del famoso circo estadounidense del mismo nombre- y que en medio del acuerdo se peleó con los dueños, quienes no le entregaron los papeles de origen de Ramba.

Poco después, Val llegó con su propio circo a Chile, con bailarinas, decenas de artistas y varios animales; entre ellos, dos elefantas asiáticas, Ramba y Bibi, que se habían criado juntas en Argentina. En una parte del show solían simular que afeitaban a su domador con una navaja amarrada a sus trompas. Durante casi 10 años el empresario hizo giras por todo el país, la más dramática a Punta Arenas, donde las elefantas tuvieron que pasar las noches a la intemperie, bajo un intenso frío...

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