La edad de DISNEY - 5 de Mayo de 2018 - El Mercurio - Noticias - VLEX 715966369

La edad de DISNEY

Hay un par de cuentos de Jorge Luis Borges -dos de sus mejores ficciones, un par de indiscutidos greatest hits dentro de su obra- que tratan más o menos de lo mismo aunque con polaridades opuestas pero complementarias.

Uno se refiere a la expansión total, mientras que el otro se ocupa de la concentración.

Alfa y Omega y Cara y Cruz y Yin y Yang y ON y OFF y ambos son cuentos fantásticos en todo sentido.

El primero de ellos, por orden de aparición, se titula Tlön, Uqbar, Orbis Tertius (1940) y es uno de los mejores relatos jamás escritos del género invasión-alien. En él, los extraterrestres invasores no llegan en aparatosas naves espaciales, sino colándose por entre las páginas de una incunable y oscura y tóxica enciclopedia que acabará por abducir y anular nuestra más o menos civilizada realidad haciendo desaparecer "el inglés y el francés y el mero español". Así, palabra a palabra, hasta conseguir la victoria definitiva y anuladora sobre nuestra Tierra reescrita en un nuevo paisaje en el que "el mundo será Tlön".

El segundo responde al nombre de El Aleph y -por lo contrario pero armoniosamente- fantasea con "un punto que contiene todos los puntos del universo" escondido en los bajos de una casa en la calle Garay de Buenos Aires. Su parrafada más célebre e invocada es aquella en la que se insiste una y otra vez en el verbo vi en la que, luego de ver "una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor", se suceden visiones de mares y montañas y laberintos y pirámides y amaneceres y atardeceres y espejos y libros y tigres y hormigas y tumbas coincidiendo en el centro de "ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo".

Lo que nos conduce -agujero negro sin fondo que devora toda luz- directamente a la avasallante y aglutinadora The Disney Company.

Ratonamiento

La cosa viene así: se empieza con la Edad Prehistórica y se continúa con la Edad de Piedra, la Edad de Bronce, la Edad de Hierro, la Edad Antigua, la Edad Media, la Edad Moderna, la Edad Contemporánea y, aquí y ahora, la Edad de Disney. Al menos desde un punto socio-cultural-existencialista-corporativo-espiritual.

Todo empieza y transcurre y no termina en la Disney Company, fundada en octubre de 1923 y sobreponiéndose a un bajón de vértigo en los 60 y 70 para contraatacar en los 80 con éxitos de carne y hueso como Pretty Woman o La sociedad de los poetas muertos y regresar a lo suyo en los 90 con megasucesos como La sirenita, La bella y la bestia, Aladino y El rey león. Desde entonces, la Disney como un rugiente ratón insaciable que quiere comerse todo el queso y para el que no hay diferencias entre gruyère y roquefort. Alcanza con meterse a Google y teclear Disney compra y, ahí, la lista creciente e interminable de lo comprado, de lo que está en proceso de comprar y de lo que -rumores, teorías, brotes conspiranóicos- le gustaría comprar, Google incluida.

Y, sí, los títulos de propiedades de empresas ajenas (más allá de todas las que ya llevaban el apellido Disney desde su fundación) y la cantidad de logos fagocitados en los últimos tiempos quita el aliento y no te lo devuelve. Ratonamiento absoluto y patidifusión total. Limitémonos entonces -por cuestiones de espacio- a enumerar las más cool y cult y prestigiosas y fashionables, no mencionar a las que ya vendió (como la Miramax), y ni siquiera detenernos en parques temáticos y hoteles y propiedades inmobiliarias surtidas a lo largo y ancho del planeta. Contemos:

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