Sobre la cultura jurídica chilena - Filosofia del Derecho - Libros y Revistas - VLEX 68933450

Sobre la cultura jurídica chilena

AutorAgustin Squella Narducci
Cargo del AutorProfesor de Introducción al Derecho y de Filosofía del Derecho , Universidad de Valparaíso
Páginas497-587

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I Cultura: etimología y evolución de un término

Al inicio de un capítulo como este es preciso detenerse un instante en la palabra “cultura”, luego en la expresión “cultura jurídica” y, por último, en la frase “cultura jurídica chilena”. Y ello en atención a dos razones, a saber, primero, porque si de lo que vamos a tratar en este capítulo es de la cultura jurídica chilena, resulta previo e indispensable despejar los conceptos de “cultura” y de “cultura jurídica”; y, segundo, porque al proceder de ese modo se guarda también una cierta coherencia con los capítulos anteriores de este libro, en los que a propósito de otras materias –la filosofía, la filosofía del derecho, la democracia, el positivismo jurídico y el razonamiento jurídico– se ha hecho un esfuerzo invariable por aclarar los términos de cada una de esas cuestiones. Si filosofar equivale a una inmersión en el pequeño abismo que es cada palabra –como dice Ortega–, filosofar acerca de la propiaPage 498filosofía, o hacerlo respecto de la filosofía del derecho, de la democracia, del positivismo jurídico, del razonamiento jurídico o de la cultura jurídica de una comunidad nacional determinada, tiene que consistir también, al menos en parte, en un esfuerzo por abrir tales palabras o expresiones. Un acto éste –el de abrir las palabras– que tanto puede consistir en un descenso hacia el fondo de ellas como en un despliegue de tipo más bien horizontal, que es lo que acontece con el gesto que se hace cuando lo que se abre es un abanico que deja ver todos sus intersticios.

Pero antes de pasar a los usos más frecuentes que tiene hoy la palabra “cultura”, conviene detenerse un instante –tal como anticipa el título de este primer apartado del presente capítulo– en la etimología y evolución de ese término.

Siguiendo en esto el esquema que sobre el particular adoptan Antonio Martínez y Jordi Cortés en su Diccionario de Filosofía, cabe mencionar que el término “cultura” proviene del latín “cultus”, forma ésta del verbo “colere”, que significa “cultivar”, Así, por ejemplo, los términos “agricultura”, “piscicultura” y “viticultura” significan, respectivamente, cultivo del campo, cultivo de peces y cultivo de la vid.

En ese contexto, “cultus” significó también el estado de un campo cultivado, es decir, de un campo cuidado, por oposición a descuidado o abandonado, por lo cual el sustantivo “cultus” adquirió también el significado de “cuidado”.

Así, en un sentido religioso “culto” pasó a ser el cuidado que los sacerdotes hacían de los dioses, y en un sentido secular significó el cuidado que una persona ponía en su propio espíritu. De ahí que hasta hoy se diga que un hombre es culto en la medida que cultiva su espíritu, y que un hombre inculto, por el contrario, se asemeja a un campo sin cultivar.

En los siglos XVII y XVIII el término amplía su campo de significación más allá del ámbito o esfera individual de las personas, entendiéndose por “cultura” aquello que el hombre añade conscientemente a la naturaleza, ya sea que lo haga en sí mismo, cultivando su espíritu, o como resultado de determinados procesos productivos, cultivando bienes materiales, como herramientas o utensilios diversos.

En esta nueva significación, “cultura” se contrapone a “naturaleza”, y se configura como un término asociado exclusiva-Page 499mente a la actividad humana, ya sea que esta actividad consciente del hombre se concentre en su propio espíritu o interioridad, o bien en determinados procesos cuyo resultado es la producción de bienes materiales de muy diversa índole.

Por otra parte, en la medida que el cultivo individual del espíritu supone un cierto ocio, como supone también tener cubiertas las necesidades materiales más básicas, “cultura” fue también sinónimo de una actividad u ocupación propia de las clases adineradas, que eran las únicas que estaban en situación de leer libros “cultos”, de escuchar música “culta” y, en general, de acceder a las creaciones artísticas del espíritu humano.

En Alemania –y piénsese, por ejemplo, en la concepción que del derecho tuvo Savigny como un producto cultural del espíritu del pueblo–, “cultura” es una palabra que se emplea para acentuar las particularidades o virtudes de una nación, circunstancia ésta que emparenta dicha palabra con el término “tradición”. Una palabra, esta última, que “recalca la necesidad de transmisión para que pueda existir la cultura”, no obstante que en otros medios o culturas –como Francia y Gran Bretaña– se prefería, en este sentido, el término “civilización”.

Hay pues toda una evolución del término “cultura”, desde los inicios, en que se lo entendía como cultivo del espíritu individual –donde el espíritu es entendido al modo de un campo del que es preciso cuidar con esmero–, hasta el momento posterior en que, ampliando su significado, pasa a designar las cosas que el hombre es capaz de producir, tanto dentro de sí como en su entorno, por oposición a aquellas de que lo provee directamente la naturaleza. Por otra parte, y en la medida en que la producción de bienes materiales se hace posible y eficaz a partir de procesos colectivos, “cultura” se vincula a una acción social, y, luego a una situación social de privilegio. “Cultura” es también una palabra que, oponiéndose a “civilización”, que alude, por su parte, a obras o a bienes simplemente materiales, designa también las características y virtudes espirituales de un pueblo o nación, lo que –según vimos– emparenta esta noción con la de “tradición”.

Sin embargo, todas esta nociones o ideas de cultura quedan en cierto modo superadas por la visión de la moderna antropología cultural, que entiende por “cultura” “el conjunto de los di-Page 500versos aspectos de la conducta humana que son aprendidos y que se transmiten a lo largo de la historia por aprendizaje social”. “Cultura” sería así “todo lo que se aprende y se comparte socialmente”, es decir, la herencia social.

II Usos más frecuentes de la palabra “cultura”. Un alcance sobre literatura y derecho

“Cultura” es una palabra que se emplea con distintos significados, de modo que cada vez que la utilizamos podemos estar aludiendo a diferentes cosas o fenómenos. Así, parece conveniente precisar esos diferentes significados y establecer en cuál o cuáles de ellos es utilizada esa palabra cuando la incluimos en la expresión “cultura jurídica”.

Con todo, advertiremos que en cada uno de tales significados la palabra “cultura” puede ser relacionada con el derecho, sin perjuicio de que cuando esa palabra aparece seguida del calificativo “jurídica” tenga o adquiera sólo uno de esos varios significados.

Siguiendo en esto a Jorge Millas, podemos decir que cultura, en el sentido amplio del término, es todo lo que resulta de la acción conformadora y finalista del hombre. Una noción de cultura, como se ve, que vincula la acción humana con los fines que el hombre es capaz de proponerse, lo cual recuerda la definición de cultura propuesta por Kant: “la producción en un ser racional de la capacidad de escoger sus propios fines”.

El ser humano, que se descubre arrojado al planeta que habita en medio de un universo que no alcanza aún a conocer, se propone ciertos fines, o bien sigue determinados impulsos e instintos, que lo llevan no sólo a valerse de la realidad que lo circunda, sino también a conformarla. El hombre primitivo, por ejemplo, impulsado por el hambre y por el instinto de conservación, cogía posiblemente con sus propias manos alguno de los múltiples peces que en gran abundancia se agolpaban y saltaban sobre el agua en un punto del río que a él le resultaba fácilmente accesible. Pero más tarde, con el fin de proveerse de un mayor número de peces con un menor esfuerzo de su parte, fabricó seguramente el primero y más tosco de los arpones, que iría luego perfeccionando en el futuro.

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Ese mismo hombre primitivo es casi seguro que en un primer momento probó cruda la carne del pescado y que sólo más tarde apreció que el sabor de ésta mejoraba considerablemente si la doraba al fuego que había aprendido a hacer frotando pacientemente piedras u otros objetos que halló en la naturaleza.

Tampoco puede ser descartado que el primer hombre que hizo algo semejante se haya acercado luego a otro de sus semejantes –probablemente a una mujer que le atraía–, con el propósito de hacerle saber de algún modo, con sonidos o gestos, o bien con una mezcla de ambos, que un pescado cocido al fuego sabía mejor que llevárselo crudo a la boca.

Muchísimo más tarde, por cierto, advirtiendo que el exceso de pesca podía acabar con una determinada especie de peces o de moluscos, los hombres convinieron en establecer una norma que...

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