Cazador del fin del mundo - 16 de Abril de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 632635625

Cazador del fin del mundo

El valle ya no existe y el silencio es completo, estático y frío. Si se mirara desde arriba, se vería como una costra pegada al sur de Tierra del Fuego, cerca de la frontera con Argentina. La colonia de castores que vive aquí construyó represas con troncos y ramas del bosque, detuvo el curso del río e inundó el sector, matando en poco tiempo centenares de lengas, un árbol nativo que demora al menos 80 años en crecer y que se asfixia en ambientes anegados. Sus troncos blancos parecen esculturas tenebrosas, donde la única forma de vida que subsiste son líquenes y musgos que cuelgan de sus ramas secas, dándoles un aspecto más siniestro aún.

Con el tiempo, los roedores levantaron al menos cinco represas y a esta hora de la tarde, cuando el cielo se ha destapado, solo una familia de patos nada en los estanques de agua gris que se formaron. Cabello se rasca la barba y calcula que debe haber unos cinco o seis castores, pero ninguno se ve ahora. De día suelen estar durmiendo en sus castoreras de barro y palo, armadas en medio de la laguna, donde se sienten seguros. Solo salen de noche para alimentarse de cortezas y trabajar compulsivamente en los diques para defenderse de sus fantasmas: el oso y el lobo, los depredadores naturales que tienen en Canadá, a los cuales nunca han visto ni saben que no están.

-Es una conducta programada -explica José Cabello, mientras pone la primera de las tres trampas que trajo en su camioneta.

Los castores son criaturas predecibles y cuando salen del agua en busca de troncos y ramas repiten siempre el mismo camino, hasta dejar un sendero que, a ojos del cazador, los delata.

La trampa 1 la instala en el lugar donde parece haber mayor actividad. La trampa 2 la deja semienterrada en un pasillo formado al borde de una de las represas. Y la trampa 3 la camufla a la salida de una madriguera que descubrió río arriba, donde parece que los castores se han trasladado en busca de más árboles para roer.

Volveremos mañana temprano a ver qué sucedió.

-¿Seguro que caerá alguno? -le pregunto a Cabello, quien ya me ha contado que lleva unos 800 castores cazados desde que comenzó, hace más de 10 años. Pero solo después, durante el viaje de regreso, hace su primera conjetura:

-Al menos atraparemos dos.

Por las ventanas de la camioneta entra toda la inmensidad de la pampa.

Desde que fue declarado oficialmente como especie perjudicial o dañina, en 1998, al castor se le ha dado caza de distintas maneras: a punta de trampas, rifles y lazos de alambre, más conocidos como huachis. Con arco y flecha, redes y hasta ballestas. Atrayéndolo con glándulas sexuales de castores norteamericanos e incluso destruyendo sus represas. Pero sin depredadores, su población solo ha aumentado desde que se introdujeron 20 ejemplares en el lado argentino de Tierra del Fuego, 70 años atrás.

Hoy están presentes en casi todas las cuencas de la isla. Colonizaron también las islas cercanas de Navarino, Dawson, Nueva, Picton, Lenox y Hoste. Se sospecha que se trasladan de islote en islote por los fiordos y canales australes, avanzando hacia el norte. Y desde mediados de los 90 han sido vistos en la Península de Brunswick, a 70 kilómetros de Punta Arenas y muy cerca del Parque Torres del Paine, lo que confirmó el mayor temor que había en torno al castor: que lograra cruzar el Estrecho de Magallanes y llegara al continente.

Los investigadores piensan que hoy existen al menos 13 mil colonias diseminadas en la Patagonia, que albergan unos 100 mil castores. Según el Estudio de factibilidad de erradicar el castor, hecho por la Fundación Innova-T, cada pareja tiene una camada de cuatro crías al año, las que al poco tiempo buscan nuevas áreas para construir sus diques, estimándose que avanzan entre 2 a 6 kilómetros anuales. Los cálculos indican que su población se duplica cada 1,5 años.

Donde quiera que vayan, no solo matan bosques ribereños y modifican el ecosistema fluvial, también contaminan las aguas, atraen otras especies invasoras como la rata almizclera, inundan caminos, destruyen las cercas de las estancias, bloquean alcantarillas y hasta han afectado criaderos de truchas.

Hace 10 años, 276 tramperos registrados en el SAG recorrían Tierra del Fuego. Entre ellos había puesteros de las estancias, ovejeros y gente de Puerto Williams y Porvenir, todos hombres acostumbrados a pasar inviernos de 8 meses en la isla, cuando el clima es tan duro que haría renunciar a cualquiera. Fueron los soldados de la primera batalla que se dio en Chile para controlar el avance del animal, bajo un plan conocido como "Proyecto castor", pero que en verdad se llamaba "Programa de control de la fauna invasora de Magallanes", porque también incluía el combate contra el visón y la rata almizclera, dos especies igualmente dañinas de la zona.

La estrategia era darle un valor económico a la piel y la carne del roedor, de manera que fuese rentable su cacería. José Cabello, entonces recién titulado como veterinario en la U. de Concepción, fue contratado por el SAG para coordinar el programa. Él era una de las pocas personas en el país que ya había estado en la isla cazando y estudiando la especie, siendo aún estudiante, para una investigación científica.

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