Capítulo IV. Régimen de los bienes - vLex Chile

Capítulo IV. Régimen de los bienes

AutorGabriel Tarde
Páginas61-88
61
LastransformacionesdeL derecho
caPÍtULo iv
réGimendeLosbienes.
El régimen de los bienes, como el de las personas, ha sido objeto, en la
escuela transformista, de profundos trabajos que merecen ser examinados.
Bastará citar, entre otros, la Propriété et ses formes primitives, por M. de
Laveleye, donde se nos ha revelado, si no la universalidad, a lo menos
la extraordinaria frecuencia, en un pasado muy lejano, de la apropiación
comunista del suelo por un grupo de parientes o de vecinos asociados.
Según este eminente economista y sus adeptos, el comunismo de aldea habrá
precedido históricamente al de familia, del cual este sería tan sólo un como
fraccionamiento. Esta idea, que ha encontrado en su camino generalizadores
atrevidos y contradictores apasionados, porque ha parecido como ligada
a las preocupaciones socialistas del momento presente, apóyase en un
respetable conjunto de hechos y de consideraciones. Es inútil resumir aquí
lo que tantas veces ha sido ya vulgarizado; indicaremos sólo los argumentos
más principales. Son de dos clases. De un lado, se relacionan entre sí las
instituciones comunistas existentes aún, diseminadas aquí y allá en el corazón
de las montañas, donde todo se conserva indenidamente (allmend suizo,
pastos comunes de los Pirineos)1; o en los valles análogamente conservadores
del Asia y en las estepas cuasi-asiáticas de Rusia (comunidad de aldea india,
mir ruso, zadruga serbio); o, en n, entre las tribus salvajes de África, de
América y de Oceanía; y de estas relaciones y referencias se induce que esas
costumbres, hoy excepcionales, son los restos de instituciones generales de
otro tiempo. Por otra parte, remontándose más lejos, se hacen excavaciones
en el suelo y en el subsuelo jurídico de las naciones modernas más extrañas
al espíritu comunista, y se descubre en ellas particularidades, tales como el
retracto vecinal, donde se ve el vestigio de un comunismo anterior.
Hay todavía una tercera especie de pruebas, la cual, si fuese justicada,
sería la más sólida de todas. Por esto deseo examinarla inmediatamente
pues que, no sé por qué, ha tenido mucho peor éxito que las precedentes.
Indicándose por primera vez Sumner Maine en sus Etudes sur l’histoire
duDroit2, pero no he visto desenvolverla más que en la obra del Sr. Loria,
1 En España se conservan muchos restos de esta propiedad comunal, en las montañas
de Asturias y León, por ejemplo. Puede consultarse Azcárate, Historia de la propiedad;
Altamira, Historia de la propiedad comunal; y varios estudios de los señores Costa, Pedregal,
etc., publicados en la Revista de legislación y en el Boletín de la Institución libre de enseñanza.
— (A. P.)
2 Página 264 de la traducción francesa.
62
Gabriel Tarde
economista italiano, sobre el Annalisi della proprietà capitalista3. Ese nuevo
género de argumentos consiste en mostrar que los primeros inmigrantes
anglosajones de la América del Norte, al fundar las colonias que llegaron a
ser los Estados Unidos, comenzaron por practicar la propiedad indivisa del
suelo y por formar verdaderas comunidades de aldea, más o menos análogas
al mir o a la comunidad india. Si fuese así, ¿no debería mirarse ese espontáneo
comenzar de la evolución histórica de la propiedad, a partir de su término
inicial supuesto, como la conrmación experimental en algún modo de esta
hipótesis? ¿Y no sería notable encontrar en los Estados Unidos, en esa tierra
clásica del individualismo exuberante, el ejemplo más auténtico, la mejor
demostración de la necesidad del comunismo primitivo4?
Desgraciadamente, examinados de cerca y sin prejuicio, los hechos
señalados por SumnerMaine y desenvueltos por el citado Loria, toman una
signicación muy diferente de esa. Es «un hecho muy notable», dice con
razón Sumner Maine, que los primeros inmigrantes ingleses en América,
«se hayan organizado espontáneamente al principio en comunidades de aldea
para dedicarse a la agricultura». Muy notable, en efecto; sobre todo si ese
modo de establecerse hubiera sido tan espontáneo como se nos arma. Pero
él mismo nos dice también, que esos primeros inmigrantes, «pertenecían
principalmente: a la clase de los yeomen», es decir, de los tenedores vasallos.
Ahora bien, una página más lejos, en nota, nos advierte que, según las
autoridades americanas, eminentemente competentes, sobre las cuales se
apoya, esas primeras colonias «tendían o reproducían, no la Inglaterra de los
Estuardos (época de esas colonizaciones), sino la del rey Juan y de la magna Carta»,
3 Véase el cap. I del segundo volumen de este libro interesante y profundamente escrito.
(Turín, 1889.)
4 Digo primitivo, porque esto adjetivo, del cual se abusa y del cual nos ha sido forzoso usar
y abusar tanto como de otros, tendría entonces un sentido claro y preciso. En efecto, o no
signica nada, puesto que no puede ser problema, entiéndase bien, el remontarse al primer
hombre todavía semi-animal o a la primera cosa humana, en un sentido completamente
cronológico, o signica simple y claramente, en un sentido más bien lógico, que existe
un ciclo cerrado de fases donde turnan y retornan las cosas humanas sujetas a periódicas
repeticiones. Primitivo quiere decir vuelto a empezar o no quiere decir nada. Me hace
falta dejar esto sentado una vez para siempre (*).
* Se me permitirá una ligera observación a este modo de entender lo primitivo por M.
Tarde. El segundo signicado que puede aceptarse para lijar las fases, en todo caso,
de cada pueblo, no es el que conviene en una investigación sociológica del corte y
propósitos de las de Spencer, Lubbock, Starcke, D’Aguanno, etc., etc. Indudablemente,
como advierte Starcke, el valor de lo primitivo es muy indeterminado y difícil de denir.
No puede consistir en investigar el primer hombre ni la primera sociedad, porque por
mucho que nos remontemos, la humanidad so nos ofrece siempre en varios grupos o
sociedades ya en un estado de evolución que supone otros anteriores. Pero a pesar de
esto, la concepción de la humanidad primitiva puede conjeturarse teniendo en cuenta
que cuanto más nos elevamos en el estudio del hombre rudimentario nos acercamos más
a la animalidad, lo cual no quiere decir a la grosería y maldad. Por eso, a mi entender,
faltos de datos históricos directos (porque entre otras cosas, el hombre primitivo debió
ser incapaz de historia), el problema ha de procurar resolverse por el raciocinio de
conjeturas y partiendo siempre de un conocimiento previo de la evolución social en los
animales, como medio de calcular las necesidades e instintos del hombre que no se ha
producido reexivamente. —(A. P.)

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