Las batallas de su vida - 9 de Septiembre de 2014 - El Mercurio - Noticias - VLEX 527339514

Las batallas de su vida

-Cuando chica sentía que era la niña más privilegiada del mundo, porque nací el 21 de diciembre, el día más largo del año. En cierto sentido creo que ese pensamiento, que hoy me da risa, habla de que soy optimista. Que siempre veo el lado bueno de las cosas -comenta.

Esta tarde de miércoles, sentada en su oficina -un cubo transparente ubicado en la planta baja del GAM, desde donde ve trabajar a buena parte de su equipo-, Wood parece dispuesta a revisar pasajes de su vida como quien abre una caja de sorpresas. Historias le sobran.

En 2010, cuando aterrizó en el centro cultural, su currículum contaba que había pasado los últimos 17 años trabajando en Minera Escondida, donde partió como recepcionista, pero terminó siendo Gerenta de Asuntos Externos. En esos años, por haber comandado equipos capaces de gestar alianzas entre el mundo privado y la cultura -fue ella quien logró que Escondida se convirtiera en auspiciador de eventos masivos como Santiago a Mil y Santiago en 100 Palabras- fue elegida reiteradas veces dentro de las 100 Mujeres Líderes de El Mercurio.

A la cabeza del GAM, el reconocimiento a su gestión se ha repetido. El centro cultural hoy vive una fase virtuosa: solo en 2013 alcanzó 1,6 millones de visitantes, convirtiéndose en un ícono de la ciudad. Dice que su carácter autoexigente le ha ayudado en esta tarea. Un rasgo que tiene desde niña.

-Yo me obligaba a entrenar esquí. Llegué a ser campeona nacional. Tomé clases de órgano y guitarra. Llegué a cantar en Sábados Gigantes.

-¿El deporte forjó en usted un carácter competitivo?

-Sí. En el riesgo, la competencia y también en las cosas bien hechas encontraba que había una belleza. No tenía una ambición de ganar y de ser la mejor. Simplemente me salía. Yo era competitiva y eso sirve, no lo voy a negar. Pero he tenido, más bien, que trabajarme para no ser tan autoexigente.

La gran lección para bajar las revoluciones, sin embargo, llegaría décadas más tarde, con el nacimiento de Pelayo, el tercer hijo de su matrimonio con el ingeniero José Luis Valenzuela. Tras un embarazo normal, a los pocos días de que naciera se dio cuenta de que sufría un trastorno generalizado del desarrollo.

-Eso marcó un antes y un después en mi vida -dirá más tarde.

Por eso, como un recordatorio, detrás de su cuello lleva tatuado el kanji -o pictograma japonés- de la tranquilidad.

Una ventana al mundo

Hija del empresario Cristián Wood y de Eliana Huidobro, una dueña de casa con gran sensibilidad por el arte, Alejandra y sus dos hermanas almorzaban de lunes a viernes en su casa, porque vivían a solo dos cuadras del colegio.

-Mi mamá amaba la cocina, las casas bonitas, con flores, bien decoradas. Vivíamos rodeados de belleza -recuerda. -En los almuerzos, incluso en la semana, había música clásica. El hábito por apreciar el arte me lo forjó ella. Nos llevaba a la ópera, aunque medio obligadas incluso. Recuerdo varias siestas con mis hermanas en el ballet.

Sus veraneos eran en Pucón, en casas repletas de gente. Ahí compartía con sus primos, entre ellos el director de cine Andrés Wood y la realizadora audiovisual María Elena Wood.

-¿Qué conflictos tenía cuando adolescente?

-Me encontraba fea, gorda, maceteada. Era macicita con tanto deporte. En quinto básico había sido presidenta de curso, me gustaba tener responsabilidades y si llegaba alguien nuevo, yo me ofrecía para mostrarle el colegio, pero cuando llegué a segundo medio, me fui para adentro. Me sentía muy sola y que no enchufaba en ningún lado. No lo pasé muy bien.

Con su mamá tenía una relación tirante.

-Ella tenía problemas con su temperamento y yo le sacaba los choros del canasto. Éramos tres hermanas, pero conmigo era con la que se llevaba peor. Me llevó muchas veces al psicólogo y al principio a ella le decían que tenía que hacerse ver. A mí eso me causaba mucha satisfacción. Decía "!bien¡". Pero en otros momentos... no sé, pasé mucho tiempo sintiendo que la vida era súper injusta. Cuando se produjo el quiebre familiar y mis papás se separaron (Alejandra tenía 21 años), aunque fue muy doloroso, creo que lo entendí porque se abría un espacio de libertad para mí.

Hasta antes de ese quiebre, de política poco y nada se hablaba en su casa. El 11 de septiembre de 1973 tenía solo siete años.

-En mi casa se celebró el golpe, pero yo era chica y no entendía nada. A medida que fui creciendo, fui tomando distancia, abriendo los ojos y formando mi propio juicio.

-Su colegio era de élite, ¿cómo forjó su espíritu crítico y qué cosas le ayudaron a salir de esa burbuja?

-Tuve la suerte de tener buenos maestros. Humberto Giannini era mi profesor de Filosofía. En inglés estudiábamos a escritores que se cuestionaban por qué el...

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