LA AXILA del mundo - 14 de Agosto de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 646959881

LA AXILA del mundo

No deseo volver, no se lo deseo ni a mi mejor enemigo.

A lo mejor fue un error ir. Mis tobillos están marcados con las rojas costras de las picadas de los mosquitos. La pesadilla se repite y no me gusta. Siempre es igual: camino, rodeado por la chata muchedumbre embriagada de mate que me intenta vender todo aquello que no deseo en la vida. Avanzo apenas en medio de la sofocante lluvia negra que inunda las destrozadas callejuelas de este acantilado que es Ciudad del Este. Más allá, está el puente. Y abajo, avanza el río, una cicatriz mal suturada, coagulada de pus e insectos, que más que unir países divide a gigantes de enanos.

Estoy, de nuevo, en la axila del mundo. Un rincón tan sudado como perdido, innecesario, hediondo a contrabando, peludamente violento y peligroso. Un sitio bastardo, mestizo, mal parido. Bienvenidos a la frontera, el lado oscuro del capitalismo, el nuevo far-west donde nada resultó, donde todo salió mal y a la ley aún le falta un par de décadas para arribar.

Ya en el avión supe que estaba cometiendo un error. Un chico paraguayo, bueno, serio y muy afeitado, regresa a casa, de vacaciones. Estudia un posgrado en economía, en Santiago. Es parte de la clase alta paraguaya, esa casta que ilustra las fotografías a color de la vida social del diario ABC y que pulula por las exclusivas orillas del lago azul de Ipacaraí. Arribismos de un país-isla que confunde ser mediterráneo con club-med.

El chico intenta pedirme disculpas por Ciudad del Este. No entiende el motivo del viaje. Tampoco se lo digo, por pudor. Algún tiempo atrás, en un diario foráneo, leí sobre una lista de los peores lugares del mundo. Ciudad del Este representaba América Latina. "La axila del mundo", comentaba un extraviado mochilero nórdico que salió ileso de ahí. Subrayé la frase, busqué el lumpanar en el mapa y me prometí algún día peregrinar hasta la capital del pirateo, del contrabando y de la estafa.

El chico me dice que tenga cuidado. "Extremo cuidado". Recomienda un hotel, ciertos shoppings. "Cierren la puerta con llave, coloquen una silla detrás por precaución". Le pasa al fotógrafo su tarjeta. Nos insta a conocer Asunción, las ruinas jesuitas o las profundidades del Chaco. Mientras más mal habla de Ciudad del Este, más deseos tengo de llegar.

Ciudad del Este es como mirar una mala película de gangsters de Hong Kong, pero más encima con subtítulos en portugués, en la parte de atrás de una lavandería coreana saturada de vapor caliente y fideos latigudos. ¿Se entiende? La ropa que entra posee marcas de modistos codiciados, pero son puras imitaciones. De las bastillas caen drogas, tarjetas de crédito robadas. La ropa aquí se lava junto a los dólares. Un indio guaraní, sentado sobre cajas de cartón repletas de contestadoras automáticas que nunca pagaron impuestos, sorbe su mate aceitado con Johnny Walker etiqueta negra y continúa jugando Game-boy sin dejar de escuchar los alaridos de Alejandro Fernández, un nuevo ídolo mexicano con pinta de torero, que sale de un CD total y relucientemente falso. Así es Ciudad del Este. Algo así, pero peor.

Me demoré tanto en llegar a Ciudad del Este que nunca me quedó claro si seguía en el continente o no. Por un lado, me parece familiar. Por otro, totalmente ajeno. ¿Es esto América Latina? Sí, pero Laura Esquivel sería violada bajo el Puente de la Amistad por mentirosa. Aquí la selva, lujuriosa y salvaje como la melena de una virgen en celo, se taló entera. El suelo es rojo, de greda. El ecosistema dejaría a cualquier vertedero de Santiago con status de Parque Nacional.

Ciudad del Este está a 370 kilómetros al este de Asunción. El bus nocturno anuncia cinco horas de trayecto. Llueve como en un plagiado cuento de realismo mágico. El camino se corta o el puente se eleva, no sé. Dormía. El viaje, al final, dura doce horas. Y sigue lloviendo. La humedad, creo, supera el cien por ciento y una brisa hizo descender la temperatura de 38 a 35 grados como si esto fuera un pisco en oferta y no una atmósfera donde uno, supuestamente, debería desarrollarse como persona.

Es domingo y todo, menos el hotel y un local de fast/slow food, apodado Montecristo, está cerrado. El menú ofrece sopa paraguaya...

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