Argus: Auge y caída de un perro policial - 18 de Junio de 2016 - El Mercurio - Noticias - VLEX 642937273

Argus: Auge y caída de un perro policial

En el libro de novedades que mantenían en la guardia dice, en una letra casi ilegible:

16 de junio de 2015.

5:00 horas

Sale el asistente Gabriel Fernández Salgado, con su ejemplar canino Argus.

Esa mañana también era martes y los martes en la vida de Argus eran una cosa seria: la mayoría de los 104 procedimientos carreteros exitosos del año anterior habían ocurrido entre las seis y las ocho de la mañana, los martes y jueves.

El equipo de seis policías se ubicó en el kilómetro 660 de la carretera Norte Sur, antes de las seis. Esperaron unos minutos. Pararon un bus de la empresa ETM, que iba desde Santiago rumbo a Puerto Montt. El chofer saludó a los policías; se suponía que iba a ser un procedimiento de rutina. Abrió la puerta y Argus subió. Su pelo negro, sus patas cortas, su lengua rosada y áspera aparecieron en el umbral del pasillo. Sobre lo que pasó después hay múltiples interpretaciones, teorías conspirativas, que tienen las confianzas del sistema judicial de una ciudad resquebrajadas y un sumario reservado de más de 191 páginas.

Sí quedó establecido que Argus avanzó por el pasillo e hizo lo que le dictaba la sangre, lo que ha hecho su familia desde siempre, lo que le enseñaron desde que nació, lo que hace un buen labrador. Argus olió.

Julia era una perra policial legendaria. Instintiva, asertiva, se mantuvo activa casi diez años, una rareza de sus tiempos. Fue, de hecho, elegida como reproductora para hacer los primeros cruces al interior de la brigada canina de la PDI. Parió a tres camadas, la última con Josh, un macho alfa dominante que hizo largas temporadas en el paso Libertadores, antes de ser derivado al aeropuerto Pudahuel, donde tuvo problemas para adaptar su rudo estilo entre delicadas maletas.

Argus, una de las seis crías de ambos, nació el 28 de noviembre de 2010. Pese al linaje de sus reproductores, lo que pasara con él en su carrera era una incógnita, una ruleta; fue fruto de la última generación de perros policiales criados a la antigua, cuando la brigada dependía de las donaciones, regalos o rescates de labradores no certificados. "Entonces no teníamos cómo saber el origen real de un perro. Muchos llegaban con traumas o miedos, o habían sido golpeados de cachorros", dice Patricio Méndez, jefe de la brigada canina de la PDI. "O si traían alguna enfermedad de origen genético. Era a la suerte de la olla. A partir de 2010 comenzamos a comprar en criaderos, vía licitación pública, perros genéticamente aptos para el trabajo. Pero el reemplazo tenía que ser gradual. Tuvimos que seguir con algunos de los antiguos. De los regalados, Argus era de los mejores".

José Vargas había sido el asistente policial guía de Josh por casi cinco años, hasta que se fue a retiro. Que tomara a Argus, su hijo, fue casi natural. "Era una versión mejorada. Si con Josh me demoré cuatro años para llegar a cierto nivel, con Argus fueron dos. Era un perro de élite, metódico, acucioso, profesional".

Argus cumplió todas las etapas del entrenamiento canino, desde el destete hasta la socialización en lugares públicos; desde los juegos al desarrollo del instinto de presas. Pasó su primer año corriendo detrás de una toalla impregnada con olores a sucedáneos químicos de cocaína, marihuana y heroína. No pedía mucha recompensa a cambio. "Lo único que realmente le gustaba hacer, lo que quería era que lo dejara saltar", dice Vargas.

La rutina de Argus parecía hacerlo feliz. Le limpiaban su jaula temprano, lo sacaban a trotar al amplio patio que tiene la brigada en Pudahuel y después partía, como su padre, al aeropuerto. Hacía hasta cinco vuelos diarios, todos marcados de antemano como de alto riesgo: uno directo desde Bogotá o La Paz. Se paseaba entre la gente, rara vez caía mal, pese a las recomendaciones de los manuales de usar perros blancos, no negros, porque suelen generar menos temor entre los pasajeros.

Si Vargas tenía día libre, Argus era asignado en reemplazo a otro guía, pero no era lo mismo; el equipo eran ellos dos. Se fueron de a poco haciendo un nombre, acumulando historias que no llegaban ni a los breves en los diarios, pero que justificaban su trabajo juntos, como cuando en el paradero 40 de Gran Avenida un auto en fuga chocó tras ser perseguido por una patrulla. Los policías, en el momento, no sabían de qué acusar a los infractores, no entendían por qué arrancaban. "Esa vez llegó hasta la grúa para llevarse el auto, sin evidencia. Argus estaba como loco marcándolo, pero no encontraban nada. Insistimos en qué buscaran y había cocaína en los fusibles. Cosas así marcan la utilidad de un buen perro".

El 2002, se supo el resultado de la ruleta: los genes de Argus estaban malos. Le detectaron una subluxación de la cadera, de origen genético. "Pensamos en operarlo", dice la veterinaria Alejandra Flores, revisando en una pantalla una radiografía de ese año. "Pero la verdad, no valía la pena".

El primer...

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