Alessandrismo de un falangista - - - Estudio de Derecho y Propiedad Intelectual. Homenaje a Arturo Alessandri Besa - Libros y Revistas - VLEX 275274195

Alessandrismo de un falangista

AutorWilliam Thayer Arteaga
Cargo del AutorAbogado, Universidad de Chile. Profesor Titular de Derecho del Trabajo y Seguridad Social de la P. Universidad Católica de Chile.
Páginas21-58
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ALESSANDRISMO DE UN FALANGISTA
William Thayer Arteaga *
I. INTRODUCCIÓN
1. El 6 de diciembre de 1933 don Arturo Alessandri Palma se incorporó a
la Academia Chilena de la Lengua. Fue solemnemente presentado por don
Carlos Silva Vildósola. De su discurso deseo reproducir el siguiente párrafo,
que se inserta en la etiología del “alessandrismo” chileno: “Van treinta y siete
años desde un día en que el Presidente don Federico Errázuriz Echaurren, gran juez de
caracteres, llamó al redactor de un diario popular muy difundido, adicto a su política
y cierto de que con ello ser vía el interés de la patria: ‘Te pido, le dijo, que ayudes con
entusiasmo a un joven a quien acabo de nombrar Ministro de Industrias y Obras Pú-
blicas; se llama Arturo Alessandri, tiene gran talento, está bien preparado y me parece
que le está reservado un gran porvenir’. Muy joven era entonces el diputado por Cu-
ricó, y más joven parecía por el rostro que había guardado no sé qué resplandor claro
de la aurora de la vida, por la engañosa ingenuidad de expresión, y por un poder de
seducción inconsciente, como todas las grandes fuerzas morales que no se gobiernan,
sino que emanan como fluidos invisibles de las personalidades auténticas”.1
Alessandri Palma fue electo por primera vez diputado para el período
1897-1900 y asumió, también por primera vez, un ministerio el 19 de di-
ciembre de 1898, en la ocasión que con palabras de antología evoca Silva
Vildósola. Por eso, bien podríamos convenir que la aludida invitación a
promover su nombre y su acción pública, formulada por el Presidente Errá-
zuriz Echaurren a un medio de comunicación popular e influyente, equivale
a una partida de nacimiento del “alessandrismo” que fundó el abuelo de
nuestro actual homenajeado y fue protagonista principal de los “ismos” y
“sismos” políticos del siglo XX. Su espectacular triunfo como senador por
Tarapacá (1915-1921) le valió por sobrenombre León de Tarapacá, por alu-
sión al que muchos atribuyeron al general Eleuterio Ramírez, cuya singular
* Abogado, Universidad de Chile. Profesor Titular de Derecho del Trabajo y Seguridad
Social de la P. Universidad Católica de Chile. Profesor cursos de posgrado en Derecho Co-
lectivo del Trabajo, Facultad de Derecho, Universidad de Chile. Miembro de Número de
la Academia de Ciencias Sociales, Políticas y Morales. Ex Ministro de Trabajo y Seguridad
Social. Ex Ministro de Justicia. Ex Rector de la Universidad Austral de Chile. Ex Miembro
del Consejo de UNESCO. Ex Senador Institucional.
1 ALESSANDRI P., ARTURO, Recuerdos de gobierno, Prólogo, t. 1, p. viii, Nascimento, 1967.
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fiereza en la batalla de Tarapacá, durante la Guerra del Pacífico, hizo de él
un héroe legendario.
1.1. Quizá sea el momento de decir dos palabras sobre el ilustre herma-
no mayor, entrañable amigo y buen consejero de don Arturo, José Pedro,
elegido el mismo año 1915 senador por Aconcagua y en 1921, por Ñuble, sin
terminar este mandato por su lamentado y temprano fallecimiento (1923).
Aunque acucioso y destacado parlamentario, fue más bien hombre de hogar,
de fe y de negocios. Al decir de Virgilio Figueroa, muchos lamentaron su
fallecimiento no sólo por los sobrados méritos personales que le adornaban,
sino por cuanto lo juzgaban un certero y prudente moderador de su impe-
tuoso y excepcional hermano.
2. Ignoro si existe una definición comúnmente aceptada de “alessan-
drismo” y no me inquieta demasiado hallarla. Pero en mi larga vida he
oído, leído y entendido la expresión como referida a quienes consideran
importante y positiva la participación y la huella de don Arturo Alessandri
Palma en la vida pública chilena y se han sentido identificados con lo más
trascendente de su quehacer político. Naturalmente, en la amplitud de ese
concepto caben desde los simpatizantes hasta los partidarios fanáticos. Esta
gradación en el alessandrismo la comprendió muy bien el propio don Artu-
ro, como lo evidencia una de sus innumerables anécdotas. En cierta ocasión,
reaccionando ante los fundados reparos que un amigo le formulaba respecto
a un recomendado, le contestó con esa picardía que lo desbordaba: Cierto
que es un poquito ladrón, pero es tan alessandrista”.
3. Ahora bien, ya que pongo el tema y utilizo el vocablo, cuál sería mi
respuesta si me preguntaran: ¿Eres tú alessandrista?
Nunca me había planteado tal cuestión en mi vida, pero ateniéndome a
mis propias consideraciones, hoy, a los 90 años, no vacilo en contestar: ¡Sí!
Porque después de haber estudiado y vivido activamente la historia de Chile
durante casi todo el siglo XX y de haber reflexionado sobre sus aspectos so-
ciales, laborales, empresariales, constitucionales, culturales y morales, tengo
un juicio claramente positivo del legado dejado en ella por don Arturo Ales-
sandri Palma y su familia, incluyendo su esposa, sus hijos y descendientes.
Algo más agregaría. A través del tiempo se ha acentuado la huella de los que
juzgo sus grandes aportes y han perdido significación y trascendencia los
que calificaría sus defectos o errores. Si ellos no hubieran existido, no veo
que la historia de Chile hubiera sido muy diferente. En cambio, considero
que entre sus realizaciones en la Historia de Chile no pueden olvidarse las
siguientes: i) Salvó la Constitución de 1925, aceptando la oportuna interven-
ción del general Navarrete, que sepultó la opción de una previa de asamblea
constituyente. Ésta habría empantanado sine día el confuso proceso político
e institucional en marcha; ii) Mediante la misma Carta, abrió un cauce de
participación democrática a las esperanzas políticas, conscientes e incons-
cientes, de la frustrada clase obrera y de la emergente clase media, pues el
régimen presidencial cambió el desprestigiado escenario de una “oligarquía”
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entronizada en el Parlamento; iii) Permitió proyectar ese protagonismo po-
lítico en el mundo social, principalmente a los obreros, a través del proyecto
de Código del Trabajo y las leyes aprobadas el 8 de octubre de 1924, y, a los
empleados, mediante la ley 6020 (1937), continuada y perfeccionada en la
7295 (1942); iv) Calmó la tensión religiosa con una separación pacífica entre
la Iglesia y el Estado, conversada con el Papa Pío XI y el Cardenal Gasparri,
Secretario de Estado del Vaticano, y, culminada con la promulgación del
texto “Invocando el nombre de Dios Todopoderoso”, lo que descolocó a los secto-
res extremos en conflicto; v) Sentó las bases de un manejo ordenado de las
finanzas públicas con la creación del Banco Central de Chile; y vi) Manio-
bró magistralmente para aprovechar las tentativas y acciones conspirativas,
incluso las triunfantes, de manera que sus temibles amenazas o sus efectos
sirvieran para conseguir lo que con sus fuerzas propias no podía alcanzar.
Así consiguió las leyes del 8 de octubre de 1924, la Carta de 1925, el regreso
triunfal de 1925 y neutralizó la derrota de 1931, para ganar la segunda pre-
sidencia de 1932-1938. Bajo ésta, el país superó la tremenda crisis política
y económica de los años anteriores y puso en marcha, por fin, su trabajada
Constitución, que duró, sustancialmente hasta septiembre de 1973 y residual-
mente, como régimen presidencial, hasta ahora.
4. Ciertamente carezco de títulos, ciencia y oficio para aseverar que he
llegado a comprender la clave de los problemas que debió enfrentar el país
durante el apogeo de Alessandri. Por eso me he limitado a narrar sucinta-
mente cómo vi y entendí el escenario que dominó la incomparable figura de
don Arturo entre los años 1920 y 1950, y algo de la perdurable huella que se
proyectó en la vida pública –no siempre política– de sus hijos Arturo, Eduar-
do y Jorge, y de su nieto Arturo, únicos con los que, guardadas las distancias,
tuve la oportunidad de tratar en cuanto partícipes siempre distinguidos del
alessandrismo nacional.
5. Sobre esas mismas bases, afirmo que don Arturo, el “padre del ales-
sandrismo”, distó de ser un santo, pero mucho más, distó de ser un brillante
demagogo. Su historia es la de un gran político, un gran patriota; todavía
más que ello, un gran estadista. Fue un protagonista de la historia de Chile,
profundamente humano, con las grandezas y debilidades de la especie que,
según nosotros los cristianos, Dios mismo escogió para encarnarse en ella
y redimirla.
6. No es asunto de estas líneas penetrar en la inmensa personalidad
humana de don Arturo, esa que Délano –el artista; no Coke, el caricaturis-
ta– retrató en el famoso cuadro que se conserva en el Senado, sino evocar
y homenajear al hombre público, al cual, como ciudadano, yo también le
debo quizá la mayor parte del ordenamiento institucional en que viví du-
rante la primera mitad del siglo XX, y que básicamente se conserva hasta
ahora. Él, patriota y estadista, sabe que su gigantesco legado –aprovechado
por millones de chilenos– debemos agradecérselo legítimamente, aunque
no sólo a él, ni tampoco sólo a “los Alessandri”. Pero Chile no habría sido

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