Las fuerzas políticas - Summary - Manual de Derecho Político. Las Fuerzas Políticas y los Regímenes Políticos. Tomo II - Libros y Revistas - VLEX 318981231

Las fuerzas políticas

AutorMario Verdugo Marinkovic - Ana María García Barzelatto
Cargo del AutorProfesor de Derecho Político y Derecho Constitucional , Universidad de Chile - Profesor de Derecho Político y Derecho Constitucional , Universidad de Chile
Páginas39-75
39
9. CONCEPTO Y CLASI FICACIÓN DE LAS
FUERZ AS POLÍTICA S
A la pregunta ¿quién hace la política?
sólo puede haber una respuesta obvia: el
hombre. En efecto, sólo el hombre puede
tomar decisiones, solamente él es sujeto
político.
Pero si no cabe duda que el hombre es
quien hace la política, no es menos cierto
que esta actividad la realiza enmarcado en
grupos y por y para estos grupos. Consecuen-
cialmente, junto al sujeto político hombre,
surge el sujeto grupo.
Sujeto político individual, sujeto políti-
co colectivo engendran el movimiento de la
vida política y de ahí que se las denomine
fuerzas políticas.
Todo acto social y político es insepara-
ble de una fuerza que lo impulsa, de una
energía que lo incita. En política se hace
imprescindible destacar el concepto de fuerza
de la misma manera que la física subraya
la idea de energía. La fuerza política es el
principio vivificador de las instituciones. De
la misma manera que la psique da vida al
cuerpo y que la energía moviliza la materia,
así también las fuerzas políticas infunden
dinamismo a las formas y a las instituciones,
integrándose con las mismas en una unidad
indisoluble. “Fuerza política –dice Xifra
Heras–, considerada en su acepción más
simple, es el principio determinante de la
actividad política, el vigor que infunde vida
y eficacia a las instituciones”.1
Por otra parte, el concepto de fuerzas
políticas lleva siempre implícita la idea
de potencia, expresada en la capacidad de
1 Ob. cit., pág. 172.
desplegar poder. En tal sentido Lucas Ver-
dú considera que fuerza política es “toda
formación social que intenta establecer,
mantener o transformar el orden jurídico
fundamental relativo a la organización y
ejercicio del poder según una interpretación
ideológica de la sociedad”.2
La clasificación más elemental de las
fuerzas políticas distingue entre individuales
y colectivas.
Fuerzas individuales son las que exterio-
rizan la acción de un hombre; colectivas, las
que se revelan en la acción de un grupo
organizado o por intermedio de presiones
que una opinión difusa ejerce sobre las
personalidades dirigentes.
El individuo como fuerza política. Existe
cierta reticencia entre los autores para
otorgar relevancia a las fuerzas políticas
individuales: las decisiones de las personas
concretas sólo adquieren significación cuan-
do son decisiones de un grupo. Incluso en
el caso de “personalidades extraordinarias”
de la política, su personalidad se halla en
función del grupo en donde se desarrolla
el pretendido carácter “extraordinario”.3
Sin embargo, no se puede desconocer
la fuerza que despliega el individuo sobre
el medio social: trascendentales cambios
históricos han sido obra de un hombre. Es
cierto que la acción de los grupos debilita la
libertad individual al tiempo que aumenta
la seguridad económica, pero aun en el
seno del grupo no puede prescindirse del
influjo que, en forma visible o invisible,
ejercen determinados individuos privile-
giados (jefes políticos, militares o espiri-
2 Ob. cit., tomo II, pág. 203.
3 J. GONZÁLEZ CASANOVA, ob. cit., pág. 96.
Sección Tercera
LAS FUERZAS POLÍTICAS
9. Concepto y clasif icación de las fuerzas políticas ;
10. La opinión pública;
11. Los partidos políticos ;
12. Los grupos de pres ión;
13. Burocracia y Fuerza s Armadas como fuerzas p olíticas.
40
Manual de Derecho Político
tuales; favoritos; confesores; confidentes;
funcionarios; capitalistas, etc.). Incluso
en la actual sociedad pluralista es preciso
coordinar los factores individual y social,
contando siempre, junto a la labor de los
grupos, con la acción política de las per-
sonalidades que el exceso del formalismo
político mantuvo en el olvido. Al centrar
la atención en las instituciones como que
se ha olvidado el papel de los hombres que
les dan vida. Hoy las nuevas orientaciones
metodológicas detienen la mirada en el ser
humano –volviendo, aunque con nuevos
matices, a una larga tradición que cuenta
en sus filas a Maquiavelo, Hobbes, Rousseau,
Bentham y a tantos otros clásicos–, y ven
en sus motivaciones psicológicas uno de los
móviles capitales de la vida política.
El fenómeno de la personalización del
poder constituye hoy uno de los temas de
estudio que reclaman más la atención de los
expertos. Se reconoce que esta personaliza-
ción es un hecho general que se observa en
todos los países y bajo todos los regímenes,
no sólo como una solución de emergencia
(como se consideró en Roma con las dic-
taduras, o como han supuesto en Francia
Pétain y De Gaulle en 1940 y 1958, respecti-
vamente), sino como supuestos de absoluta
normalidad política. Lo anormal –afirma
Duverger– ha sido la despersonalización
del poder. No hay más personas políticas
fuertes que antes; lo que ocurre es que la
estructura de la sociedad actual imprime a
la personalización un nuevo matiz que se
traduce especialmente en la proyección de
la persona del líder tanto en la masa popular
como en la estructura institucional. Por otra
parte, se manifiesta la tendencia a racionalizar
el poder personal como consecuencia del
paso de la micropolítica a la macropolítica,
con lo cual el tradicional prestigio de los
notables que actuaban en las esferas locales
ha cedido a favor de los políticos que actúan
en el plano nacional.
¿Qué se quiere significar con la palabra
personalización del poder? A este respec-
to, después de destacar la ambigüedad y
el confusionismo del término, Touchard
puntualiza con claridad el doble significado
del mismo: por un lado es un fenómeno
objetivo relativo al ejercicio del poder (con-
centración) y, por otro, un hecho subjetivo
de identificación o encarnación del poder
(personificación). En el primer sentido, de
base funcional, la personalización viene
determinada por la necesidad de afrontar
con rapidez y eficacia las apremiantes tareas
del Estado y se manifiesta especialmente en
el crecimiento del llamado Poder Ejecutivo
a expensas de las restantes instituciones del
Estado y, además, en la concentración del
mismo en la persona de su jefe (desaparición
de la colegialidad en las esferas decisorias),
y en la omnipresencia, autoridad y perma-
nencia de éste. Con ello, el poder personal
sirve de fundamento a las instituciones y
las domina tanto si se trata del Ejecutivo
como de los partidos y aun de las propias
Asambleas (líderes parlamentarios).
La segunda acepción de la personalización
del poder se refiere a su individualización
en una persona de modo independiente de
las instituciones. A este respecto dijo Napo-
león Bonaparte que “un trono no es más
que algunos trozos de madera recubiertos
de terciopelo. Todo depende del que se
sienta en él. El trono es un hombre, y este
hombre soy yo, con mi voluntad, mi carácter
y mi prestigio”. Se trata de una personifica-
ción con una legitimidad autónoma, basada
en las ideas de identificación o incluso de
encarnación, que implican gran dosis de
creencias y de mitos. Las manifestaciones
más importantes de este fenómeno son las
siguientes: los líderes políticos son cada vez
más conocidos en el exterior y se habla más
de ellos que de sus países (nominalismo,
simbolismo); el político es tratado por los
medios de comunicación de masas como
una estrella (vedetización); el jefe, además
de conocido, es amado por los ciudadanos
a quienes se les presenta totalmente huma-
nizado (popularidad), y la masa popular se
ve reflejada en su persona (identificación).
En este caso, la personificación del poder
no guarda relación con las instituciones,
por lo que puede hablarse de un poder
personal camuflado (de los técnicos, de las
clases dominantes, etc.) y de un poder per-
sonal de sustitución (déspotas, usurpadores)
frente a un poder personal que exprese la
41
Sección Tercer a: Las fue rzas polític as
encarnación del país a través del cuadro
institucional del Estado (Dupuy).
La personalización objetiva del poder
no siempre coincide con su personifica-
ción subjetiva. Se dan situaciones en las
que quien ejerce el poder se ampara en
el prestigio ajeno (Stalin, al principio, se
apoyaba en la popularidad de Lenin) frente
a las más frecuentes en que la atracción del
político antecede a su acceso real al poder
(Eisenhower, De Gaulle, y otros).
Uno de los problemas capitales que
plantea la personalización es el de su legi-
timidad en los sistemas democráticos. El
poder personal ha repugnado siempre a
la democracia. Basta recordar la tipología
weberiana de las formas de dominación
para poner de manifiesto cómo la racional
tiene un fundamento impersonal, frente a
la tradicional (basada en la legitimidad de
las personas señaladas por la tradición) y la
carismática (fundada en la ejemplaridad de
la persona, que se identifica con su misión).
Pero, por otra parte, es evidente que en las
actuales democracias de masas la atracción
por un hombre fuerte o por un héroe polí-
tico satisface una necesidad psicológica del
pueblo que no puede ser afrontada por las
asambleas legislativas. “La característica de
la democracia –decía Luis Napoleón en el
momento en que se generalizaba el sufra-
gio– es que se encarna en un hombre”. Lo
único que se pide es que el líder nacional
tenga una conciencia democrática que se
apoye en el consenso popular, y con ello se
deja abierta una puerta a la compatibilidad
entre la personalización y concentración
del poder por un lado, y la democracia y
el diálogo por otro.4
Las fuerzas políticas colectivas son clasifica-
das por Burdeau, desde dos puntos de vista
diferentes, en espontáneas y conscientes y
en difusas y organizadas. En cuanto a la pri-
mera distinción es preciso observar que las
fuerzas espontáneas, de naturaleza instintiva
e imperceptible, contienen en germen a las
conscientes, surgidas en la reflexión, que
operan de un modo visible en la realidad
4
Sobre el particular, X
IFRA
H
ERAS
, ob. cit., págs.
179 y ss.
política. La fuerza espontánea por excelencia
es el instinto de sociabilidad implícito en la
naturaleza humana. Pero téngase en cuenta
que, a su vez, la esencia social del hombre
genera una fuerza contraria, pues la sociedad
–producto humano por excelencia– se ofrece
a veces como un medio resistente contra
el que se estrella nuestra conducta para
imprimirle sus huellas. Si la sociabilidad es
la más elemental de las fuerzas políticas, no
hay que olvidar la contrafuerza que genera,
motivada por la lucha del espíritu contra la
materia, por el ánimo de superación, por
el afán de progreso. El hombre es, de una
parte, objeto de una fuerza centrífuga que
le obliga a vivir en sociedad, pero de otra
parte es naturalmente asocial en cuanto
aspira a afirmar su yo frente a la sociedad y
en cuanto lucha contra la misma ejercitando
el estímulo de superación que imprime a
la realidad social una fluidez y creatividad
incesante que es, en gran parte, obra de
las fuerzas políticas.
Distinción relacionada con la anterior
es la que diferencia las fuerzas, atendiendo
a su grado de integración, en organizadas
y difusas, aunque estas últimas, opinión
pública, clases sociales, ideologías, forma-
ciones basadas en el sexo o en la edad,
etc., nacidas de la cohesión espontánea y
sin fronteras precisas, suelen constituir las
energías primarias que nutren las fuerzas
políticas organizadas.
Las fuerzas políticas organizadas y cons-
cientes pueden ser objeto de diversas cla-
sificaciones:
a) Atendiendo a su origen se pueden
clasificar, según las necesidades de que
derivan e intereses que las informan, en
económicas, profesionales, religiosas, cul-
turales, militares, tradicionales, etc.
b) Según los fines ideológicos que per-
siguen se matizan de conformidad con la
tendencia política a la que sirven: socia-
lismo, liberalismo, democracia cristiana,
comunismo, etc.
c) En relación con la naturaleza de la
actividad que desarrollan pueden actuar
legítimamente, sin salirse del marco del
orden jurídico, o bien como fuerzas insu-
rreccionales o antijurídicas en pugna con

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